lunes, 8 de marzo de 2010

El cuento de los tres cerditos

escrito por Raúl Auth Caviedes   
domingo, 07 de marzo de 2010
Las grandes contradicciones existentes en la actualidad sobre dos enfoques opuestos de ver el mundo, bajo un prisma económico, se han reactivado con motivo de los terremotos de Haití y Chile. El columnista del Wall Street Journal, Bret Stephens, ha utilizado lo sucedido en los dos países para elogiar al sistema neoliberal implantado por la escuela de Milton Friedman en Chile.
Para ello, ha sacado a colación el cuento de los tres chanchitos. Compara a Haití con el menor de los hermanos que construyó una casa de paja, que el lobo derribó con sus soplidos. A Chile lo asimila con el cerdito que edificó una casa de ladrillos que el lobo no logró derribar. Stephens atribuye la escasa pérdida de vidas humanas en Chile, comparada con Haití, a las políticas neoliberales que Friedman introdujo en dicho país, mediante los Chicago Boys, al amparo de la dictadura de Pinochet. Sostiene que la muerte de sólo mil personas, en comparación de las 230.000 de Haití, son consecuencia de la restricción del gasto público, de la privatización de empresas estatales, de la eliminación de los obstáculos a la libre empresa y a la inversión extranjera, todo aquello que ha sido el fundamento de la economía chilena durante gran parte de las cuatro últimas décadas. Este periodista afirma que esto permitió a los chilenos acorazarse en edificaciones de acero y cemento, bajo rigurosos códigos de construcción antisísmica, en el país más sísmico del mundo. Recuerda y enaltece el postulado básico de Friedman que establece que el estimular la voluntad individual, por encima de las restricciones sociales, origina mayor riqueza para el total de la sociedad.
Ha saltado a la palestra, en contra de estas especulaciones, la destacada ensayista canadiense, Naomí Klein, autora de “La Doctrina del Shock: el Auge del Capitalismo del Desastre”, quien se opone a Friedman, sustentando que el impulso individual debe ceñirse a límites impuestos por la responsabilidad social. Klein dice que Chile quedó en buen pie no por el neoliberalismo, sino que, por el contrario, a pesar de él. Califica de inoportuno y de pésimo gusto el querer aprovecharse de las tragedias de dos pueblos en el afán de mantener la tendencia neoliberal, que fracasó con la grave crisis económica del 2008. Critica los cambios introducidos en Chile por la dictadura que llevaron a una rápida desindustrialización, un aumento descomunal del desempleo, de corrupción y de una deuda externa tan severa que obligó en 1982 a dejar fuera del gobierno a los principales asesores friedmanianos. Hace presente que el Chile de los 60 tenía los mejores sistemas de salud y educación del continente, un dinámico sector industrial y una creciente clase media. Agrega que el código de construcción antisísmica fue aprobado en 1972, bajo la presidencia de Salvador Allende, por lo cual resulta de ligereza imperdonable adjudicar su dictación a la dictadura de Pinochet.
Vale la pena añadir algunos hechos. En Chile, en los últimos 500 años, se han producido 46 terremotos destructivos, es decir de intensidad superior a 7,5 grados Richter. En contraste, Haití no presentó un terremoto por más de 200 años, .por lo que prácticamente no tenía construcciones antisísmicas y ningún grado de preparación de la población para este tipo de catástrofes. Cabe destacar que en Chile soportaron bien el sismo construcciones de más de setenta años, construidas por particulares y organismos estatales, como Empart y Caja de Empleados Públicos, eliminados por el régimen militar. En cambio se derrumbaron varias construidas recientemente, lo cual se atribuye al desmedido afán de lucro de las empresas constructoras, empecinadas en bajar costos en materiales, y a la falta de inspección gubernamental, que fue desmantelada por la dictadura en 1975, en aras de la libertad de emprendimiento. La construcción se trasformó en una actividad altamente lucrativa, por lo muchos beneficios que le dio la dictadura, lo que explica la participación casi transversal de la clase política en él, con figuras como Ravinet, de la Maza, Lavín, Pérez Yoma, Echeverría, Galilea, etc. El negocio inmobiliario quedó al descubierto de tener un doble estándar según el lugar en donde construía, demostrando que sólo les interesaba el mayor margen de ganancia que les proporcionaban los más adinerados.. Así quedaron irreparablemente dañados edificios ubicados en Maipú, Ñuñoa y Macul y no en el barrio alto y Chicureo, pese a ser edificados por las mismas empresas,  como Paz Corp., IGSA, Socovil, Sigro, Konhill, etc.
La nociva trasformación de los ciudadanos en consumidores egoístas, con pérdida del sentido de solidaridad, con una desigualdad socio-económica ubicada entre las mayores del mundo quedó al descubierto con la catástrofe. La nueva casta de marginados del banquete consumista, sin acceso a educación y salud de calidad y presas fáciles de la drogadicción y de la delincuencia, aprovechó la ocasión para el pillaje. El gobierno se manifestó sorprendido y su respuesta fue amenazar con la aplicación de todo el rigor de la ley, como buenos herederos de la dictadura, sin captar que es producto de un descontento social incubado desde hace años con la implantación del modelo neoliberal. Desafortunadamente, no cabe esperar que las nuevas autoridades de derecha comprendan que es urgente un cambio de sistema que produzca una más equitativa distribución de la riqueza y no una política más represiva como ya anticipan.
 

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