por Santiago Escobar
Chile se ha visto afectado de manera brutal por un hecho de la naturaleza, uno de cuyos resultados más profundos en materia de gobierno es que el país quedó sin mando estratégico por más de 48 horas. Tal situación es el resultado no del terremoto sino de la imprevisión y la incompetencia de quienes están obligados por sus funciones a brindar tal servicio. Y de eso en parte importante son responsables de manera conjunta las tres ramas de las Fuerzas Armadas.
Es verdad que lo ocurrido fue un hecho de fuerza mayor de dimensión imprevisible. Pero demostró que la calidad de alistamiento o pronta respuesta de nuestras fuerzas de seguridad estaba muy por debajo de lo esencial. En especial para mantener comunicado y funcionando al “núcleo vital” como le llama el primer Libro de la Defensa Nacional al territorio ubicado entre la IV y la X Regiones, siguiendo la doctrina militar chilena.
El gobierno debiera percibir que desde el punto de vista estratégico la situación es bastante más grave de lo que parece. El país ha gastado varios miles de millones de dólares que no se justifican dado el papelón que se pasó en materia de comunicación estratégica.
Después de ocurridos los hechos hemos visto una ronda de explicaciones donde cada una de las instituciones políticas o militares involucradas directamente ha tratado de mostrar que su responsabilidad está a salvo frente a los hechos, o que es sumamente acotada a situaciones técnicas totalmente entendibles en la situación vivida, y atribuibles solo a los niveles inferiores de la institución.
Jugando con soldaditos de plomo
Algunas declaraciones del ministro de Defensa del momento, Francisco Vidal – ahora flamante asesor del Comandante en Jefe del Ejército- fueron lamentables. Se paseó por los canales de televisión con la anécdota de ciertos helicópteros listos a despegar pero que no tenían pilotos pues estos vivían al otro lado de un río cuyo puente se había caído por efectos del terremoto. Cosas como esas, dijo, explican la tardanza de despliegue operativo.
En su infinito desconocimiento de los temas militares, el actual asesor ignora que cada unidad militar está obligada a revisar periódicamente su capacidad de agrupar a su contingente simulando situaciones de emergencia. Eso se llama ejercicio de enlace, y es la base para una respuesta operacional lo más rápida posible y corregir problemas como la anécdota que cuenta. Los resultados de cada unidad son reportados al mando superior, que hace los controles de alistamiento y fija los criterios y metas operacionales.
El ex ministro, en vez de anécdotas, debería haber informado a la opinión pública si pidió esos antecedentes al mando militar, y si la responsabilidad de este está a salvo en la materia. Pues si la respuesta es lenta y descoordinada la responsabilidad no es sólo de los pilotos que tienen obligación de facilitar el enlace sino también del jefe de la unidad respectiva, y por supuesto de los que hacen la planificación global.
No es raro que nunca se haya referido a temas de control. En los últimos seis meses de su cargo solo se reunió en tres oportunidades con todos sus subsecretarios, dos de ellas para pedirle un cheque por quinientos mil pesos cada vez para la campaña de Eduardo Frei. Y en los días del terremoto solo citó al Subsecretario de Guerra. Es decir no hubo manejo de crisis en el Ministerio de Defensa.
La mala memoria
Los olvidos del ex ministro Vidal abarcan incluso el hecho de que el ejercicio de enlace fue una rutina mal usada por Augusto Pinochet en la década de los 90 del siglo pasado cuando retomó el cargo de Comandante en Jefe del Ejército. En una clara transgresión de los reglamentos militares, la uso para amedrentar al poder civil, ordenándola como un ejercicio global que provocó alarma pública, y sin avisar a las autoridades civiles. En esa época Oscar Izurieta era Comandante del Regimiento de Infantería Nº 8 “Tucapel” en Temuco.
La pregunta en este punto específico es ¿se ha corregido la situación y hoy el ejercicio de enlace es una rutina altamente profesionalizada dentro de las Fuerzas Armadas o es algo feble como la anécdota exculpatoria del ex ministro Vidal? Es decir, ¿no se hace y por eso los pilotos se quedan al otro lado del río?
La respuesta es muy necesaria pues se refiere al funcionamiento profesional de las Fuerzas Armadas las que deben dar garantías de eficiencia en circunstancias como las vividas, lo que, lamentablemente, está en entredicho.
La elusión de responsabilidades en temas netamente profesionales por parte de los altos mandos de las instituciones militares chilenas se ha ido repitiendo de manera reiterada.
En el caso del sismo reciente, la responsabilidad de la Armada ha terminado con la carrera del Director del SHOA y del oficial que estaba de guardia en ese servicio la noche del terremoto. Todo el resto de los daños, que implican incluso la desbandada de gente de la Armada en la zona al momento del sismo y el no funcionamiento de muchos protocolos de seguridad de la institución, han quedado para una rectificación del mismo Comandante en Jefe que debía asegurar que ello no ocurriera.
No es un problema de justicia o injusticia que él deba renunciar, es un problema de la imagen y funcionamiento de la institución. No es el SHOA el que está mal, algo no está funcionando en la institución, y si se quiere corregir, primero hay que hacer efectiva la responsabilidad del mando. Así funcionan las instituciones militares.
La llamada tragedia de Antuco de otoño de 2005, que significó la muerte de 45 conscriptos del regimiento de los Ángeles en la VII Región terminó en una condena por cuasi-delito de homicidio reiterado del mayor Patricio Cereceda y del comandante Luis Pineda, mandos inmediatos en la zona, por no actuar con la “diligencia debida” para evitar la tragedia. El comandante en Jefe del Ejército de la época, Juan Emilio Cheyre, no asumió ninguna responsabilidad de mando. En su opinión no era su institución la que tenía problemas con el hecho de que un grupo de niños, sin entrenamiento previo, terminaran muertos por falta de equipos y por la estupidez del mando inmediato nombrado por él. El problema, inferido de su actitud y conducta, no lo incluía.
La incompetencia civil
Lo más grave es que detrás de estos hechos siempre ha habido un poder civil incapaz de exigir responsabilidades y aplicar una conducción política efectiva. Si bien no se dedicó a contar anécdotas, Jaime Ravinet, entonces ministro de Defensa de Ricardo Lagos y ahora de Sebastián Piñera, brilló por su ausencia, excepto para anunciar que “aquí va a haber una investigación, y el Comandante en Jefe está muy consciente de que aquí hay responsabilidades que deben ser investigadas”.
Tanto en el caso de Antuco como ahora en el del SHOA se encargó la investigación y la determinación de responsabilidades al mismo Comandante en Jefe, que debiera haber renunciado a su cargo por lo ocurrido.
Luego de la designación de Oscar Izurieta como Subsecretario de Defensa, el Ministro Jaime Ravinet informó a la opinión pública que el Presidente le había encargado a las Fuerzas Armadas formular un plan de emergencia nacional dentro de los próximos treinta días. Es decir, ¿el mismo o similar grupo de militares y civiles que fueron incapaces en todos estos años, como comandantes en jefe, ministros de Defensa o asesores, de prever un mecanismo de gestión estratégica para situaciones de emergencia en el país van ahora, sin que medie una explicación ni investigación de nada, a encontrar una solución en treinta días?
El gobierno debiera percibir que desde el punto de vista estratégico la situación es bastante más grave de lo que parece. El país ha gastado varios miles de millones de dólares que no se justifican dado el papelón que se pasó en materia de comunicación estratégica.
La falla está en la interoperatividad y en la planificación conjunta de nuestras Fuerzas Armadas. La decisión del gobierno de Michell Bachelet de mantener el cargo de Comandante en Jefe en cada una de las ramas al momento de crear la función de Jefe del Estado Mayor Conjunto, mató la posibilidad de mejorar un sistema de mando integrado.
Con el nombramiento de Oscar Izurieta, el gobierno acaba de entregar a un militar el control de los instrumentos civiles para ordenar las funciones profesionales de estos y hacer control de planificación y eficiencia. Es decir, estamos peor que antes, con unas Fuerzas Armadas definitivamente corporativas y sin mayor control.
Financiando la reconstrucción.
Un debate fuerte es el de los costos y el financiamiento de la reconstrucción. Es necesario sacar cuentas y mejorar el control de la eficiencia del gasto militar para que lo ocurrido no se transforme en una nueva lista de supermercado, más amplia que la comprada en años anteriores, que evidentemente nos llevó a adquirir cosas inservibles. Con el valor de un F-16 podríamos tener una red relativamente segura de comunicación para emergencias. Con el valor de un submarino Scorpene tendríamos una red básica de hospitales móviles.
Pero no se trata solo de ahorro sino también de eficiencia de inversión. Lo más probable es que debamos tener un servicio de guardacostas y no utilizar a la Armada para el control del borde costero; seguramente deberíamos fusionar en una sola entidad el SHOA de la Armada, el Servicio Fotoareogramétrico de la FACH y el Instituto Geográfico Militar. Necesitamos aviones de transportes, materia en la que estamos pendiendo de un hilo. Necesitamos telecomunicaciones.
También necesitamos fuerzas armadas profesionales y no políticas, que sean eficientes y respeten la subordinación al poder civil. Y eso puede ser parte de la reconstrucción, evitando que la carrera militar termine en cargos políticos.
El comandante de la FACH, Ricardo Ortega, tuvo un rasgo político de insubordinación y falta de respeto frente a Michell Bachelet cuando todavía era Presidenta, al referirse a que tenía aviones listos sin nada que transportar.
Exactamente de eso trata esta columna, de la incapacidad del mando superior actual de las Fuerzas Armadas de prefigurar una capacidad de respuesta para una situación de emergencia como la vivida, y quedarse inmóvil, sin saber qué hacer. Lo declarado por el general tiene un nombre en las instituciones militares: falta de iniciativa y liderazgo. A declaración de parte, relevo de pruebas.