viernes, 8 de abril de 2011

LIBIA: EL RUIDO DE LAS ARMAS. Por Héctor Vega

EEUU basa su compromiso militar en el “Destino Manifiesto” o utopía reafirmada en la fe de los peregrinos del Mayflower que al igual que en otras empresas que el imperio americano ha emprendido en el mundo, basa su determinación en la existencia de un mandato divino que en este caso es su convencimiento que el ideal de la democracia americana será finalmente evidente y compartido por el mundo entero. Visión de un milenarismo que impregna la política norteamericana. Surge la duda si acaso el resto de los miembros de la Coalición comparte esta visión y de qué manera las convicciones democráticas occidentales pueden ganarse con la fuerza de las armas, esta vez, en el norte de África.

Entendamos que los norteamericanos tardaron más de 200 años en definir el sistema que les convenía. Europa más de 360 años si tomamos como inicio de su propia búsqueda el Tratado de Westfalia (1648). No me cabe duda que la búsqueda por un sistema de gobierno con alta convocatoria en la época moderna comienza en África con la descolonización de los ’60 en el siglo pasado. No es tarea fácil lograrlo.

Los supuestos militares de la intervención de EEUU en la guerra civil en Libia
Es un hecho muy anterior a los acontecimientos en Libia, el proceso de descentralización y reorganización de los cinco Comandos en el mundo de la fuerza militar de EEUU. Esos Altos Mandos regionales poseen los módulos necesarios para la intervención de fuerzas expedicionarias con las cuales se busca definir la presencia norteamericana en escenarios de ultramar. Esta política de defensa responde a la eliminación progresiva de bases militares, y su transformación en fuerzas aerotransportadas en el modelo del cuerpo de Marines.

En el caso de Libia, Robert Gates, secretario de defensa, apoyado por Obama, excluye cualquier fuerza expedicionaria –el llamado On-call Aerospace Expeditionary Wing (AEW). Es decir, se desecha la intervención mixta de fuerzas expedicionarias con algún tipo de fuerza armada libia del Este. Esto es, la alta tecnología con apoyo local, como fue la alianza que se estableció hasta su muerte con el comandante Ahmed Shah Masud de la Alianza del Norte en Afganistán y que en este caso es desechada.
¿Por qué esta reticencia a la intervención con fuerzas terrestres en una lógica de invasión?

EEUU sabe que su progresiva intervención en objetivos terrestres la lleva fatalmente a involucrarse en una guerra civil. De hecho la OTAN ha declarado que “armar a los opositores es ilegal” (Anders Fogh Rasmussen –TV SKY). Al no producirse ninguna división al interior de la tribu de Kadafi, la suerte de la batalla final en el terreno queda entregada a la confrontación entre las fuerzas de Kadafi y los rebeldes del Este. Eso sin decir que estas últimas son incapaces de lograr avances decisivos, lo cual en definitiva deja en manos de la Coalición la decisión definitiva.

Sin embargo, no existe ninguna seguridad que las fuerzas de la Coalición puedan recrear las condiciones de la lucha militar moderna con un contingente mixto de tropas. Otra opción, consiste en dejar de lado la fuerza militar rebelde y asumir completamente las acciones en el terreno. Situación políticamente inviable puesto que la administración Obama no está dispuesta a pagar los costos ante la opinión pública mundial.

Desde el lado militar la eficacia en el terreno requiere de un cierto grado de independencia de combatientes y comandantes o recreación del teatro de guerra redcéntrica, con un centro (esquema panopticon) que tiene un  feedback para los problemas que le plantean los destacamentos avanzados en el terreno.

Las limitantes operativas de las fuerzas en combate se expresan en término de fuerzas enfrentadas, defensas, armamento, vehículos, hardware de comunicaciones, aprovisionamientos y…lealtades. Junto al enfrentamiento armado en el terreno libio-africano el centro de gravedad (en el sentido de Clausewitz) de las fuerzas antagónicas en operación, en algún momento se traslada al terreno de la política tribal y de clanes familiares y a la traducción directa de las directivas políticas en acciones militares en el terreno.
Aún si este complejo armado de lo militar con lo civil se expresara en algún grado de organización en el terreno, existe la duda acerca de la comunicación entre los sistemas y los actores. Es decir, de qué manera los sistemas  tecnológicos de información, vigilancia y reconocimiento, más la tecnología de inteligencia para el análisis de situaciones alejadas de la línea de operaciones, se traduce en información válida para los estados mayores extranjeros y luego en feedback hacia los combatientes en el frente.

Problema mayor que las tropas americanas ya enfrentaron en Irak, lo enfrentan actualmente en Afganistán y corren el riesgo de enfrentar en Libia en caso de involucramiento total en el terreno.
En el fondo se trata de enfrentar el asunto del mando en combate dentro del teatro de guerra redcéntrica –frase que fue empleada por primera vez de manera pública en 1997 por el Jefe de Operaciones Navales, Almirante Jay Johnson que cambia de manera radical la noción del mando en combate, lo cual es determinante del éxito en el campo de batalla, pues se tiene una visión panorámica del campo de batalla (corredores irradiando desde una torre u observatorio central).

La guerra redcéntrica crea un panopticon que da al comandante una visión ilimitada de un teatro de operaciones contemporáneo. De esta manera, comandantes de mayor jerarquía se convierten en observadores de facto, permitiéndoles no sólo controlar la batalla sino también cuestionar las decisiones de un comandante subalterno. La guerra redcéntrica se desenvuelve en un ambiente inalámbrico y digital de máxima coordinación entre las unidades operativas y el centro de operaciones.[1]

Hasta ahora ninguna de las complejidades de la intervención en el terreno se encuentra en la ofensiva aérea pues el ataque a los objetivos se lanza desde buques de guerra o desde bases del continente europeo; seguidamente, la inteligencia adquirida por años desde satélites espías, así como la detección, interceptación y grabación de las frecuencias de los radares libios permite la programación de los computadores de los misiles de crucero y de los misiles aire-tierra, para con ella asegurar la destrucción de los sistemas de armas que las emiten. Los aviones de combate así como de reconocimiento y los satélites espías permiten evaluar los resultados del ataque y retransmitirlos al centro de operaciones para la reprogramación de los ataques futuros. Hasta allí tecnología pura y nula necesidad de entrar en el juego político de las tribus en confrontación.

La realidad en el terreno demostró que al sobrepasar las fuerzas de la OTAN  la exclusión aérea mandatada por la ONU en la resolución 1973 y atacar objetivos terrestres las fuerzas de Kadafi, especialmente columnas blindadas, eran fácil presa de los aviones de la Coalición. De allí el avance de los rebeldes hasta amenazar la ciudad de Sirte (ciudad natal de Kadafi). La práctica de la guerra señala que toda táctica crea una contra táctica. Frente a un bombardeo imparable, Kadafi reemplazó los tanques y blindados por medios de fortuna –como los empleados por los rebeldes del Este– a saber camionetas y vehículos ligeros sobre los cuales se montó el poder de fuego y que banalizados de esa manera neutralizaron el poder de fuego de los aviones de la Coalición que no podían arriesgar el bombardeo de los vehículos de los del Este y menos aún aumentar las bajas de la población civil. El balanza de la contraofensiva en 48 horas señala la recaptura de ciudades que estaban en manos de los rebeldes, amenazando con ello, nuevamente la ciudad de Bengasi.

En conclusión, dada las características de la lucha en el terreno y los actores involucrados resulta imposible recrear las condiciones necesarias de un campo de batalla que en sus desarrollos lleve a un desenlace definitivo en Trípoli. Esto lo saben las fuerzas de la Coalición cuya reflexión en un corto plazo se centra en los escenarios políticos que se abren.

Cuando el empate en el teatro de guerra define los escenarios políticos

A dos semanas del inicio de hostilidades el resultado es un empate con un alto costo para los civiles. Excluida la retórica de la defensa y respeto de los DDHH en Libia que no aparece asegurada ni por Kadafi ni sus adversarios del Este, al menos en la versión occidental que se tiene de los DDHH y del ejercicio de la democracia, no queda a la Coalición otra alternativa que construir los términos de un alto al fuego –al margen de las verdaderas intenciones de unos y otros.
He allí la base, llamémosla cínica, de una agenda de discusión con participación de tribus y clanes familiares. Es en esa agenda donde la Coalición y la ONU podrán desarrollar sus propias ideas acerca de la democracia y plantearlas a sus interlocutores libios de uno y otro bando. Imagino, entre otras ideas de las potencias occidentales: registros electorales, elecciones libres, información y prensa libres, parlamento, tribunales de justicia independientes, etcétera…

En ese esquema, podrán integrarse otros gobiernos al margen de los de la Coalición a saber, China y la Federación Rusa, entre otros. El estatus de participación será en acuerdo con las partes. Imagino que la activa participación de países de la Liga Árabe en la Coalición, significará que su integración se discutirá al interior de aquella.

Conviene imaginar en esta agenda e itinerario posible los terrenos que no admiten discusión a saber, la integridad territorial de Libia sin divisiones ni particiones entre las provincias de Tripolitania y Cyrenaica. Dos, el estatus de la explotación del petróleo y gas y su comercialización. Tres, el destino de los jefes de ambos bandos, a discutir al interior de éstos, sin que ello sirva de moneda de cambio de los acuerdos.

No pasa desapercibido que el imaginario político de los países de la Coalición pasa por la desaparición del orden tribal. Lo cual, si entrara en la discusión, no sería sino una muestra de la dificultad de compatibilizar las realidades políticas de un país con la ideología de aquellos que intervienen desde el exterior. Esto se relaciona con el costo que las potencias de la Coalición están dispuestas a asumir frente a sus respectivas opiniones públicas. ¿Hasta qué punto habrá que estirar la cuerda para salvar las apariencias? Sobre todo cuando los dirigentes de la Coalición tengan que explicar en sus parlamentos el costo de la guerra, en países cruzados por la crisis financiera y el desempleo.

¿No estamos acaso en una situación en que los líderes de los países involucrados tengan que lamentar cuando las razones que tuvieron para comprometerse en una guerra no aparezcan tan plausibles al final como lo fueron al comienzo?

Bismark lo dijo: “Desgracia, para el hombre de estado, cuyas razones para entrar en una guerra no aparezcan tan plausibles al final como lo fueron al comienzo”                                                                                                           


[1] Ver Héctor Vega. La Fortaleza Americana. Editorial ARCIS-CLACSO coediciones, 2009, p. 112-113

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