Señor
Camilo Escalona
Presidente del Partido Socialista de Chile
Presente
Estimado señor:
Por este intermedio vengo en presentar mi
renuncia al Partido Socialista de Chile.
No ha sido una decisión fácil. En la parte más fértil de mi existencia
siempre estuvo presente mi adscripción militante. Mi vida no habría sido
la misma si no hubiera ingresado al Partido el 19 de abril de 1965. Mi
primera militancia fue en la seccional Ñuñoa, que abarcaba un territorio
enorme y cuya composición social era mayoritariamente obrera. En la
primera reunión, obtuve mi primer cargo de representación. Me nombraron
secretario de Educación Política. Alegué que no podía hacerme cargo de
eso, porque no sabía nada de política. “No importa, me dijeron. Eres
estudiante y sabes estudiar. Lee y nos enseñas”.
Ese fue el inicio de un largo camino, en que como muchos de nosotros, pasé
por cárceles, persecuciones, luchas armadas y desarmadas, soledades,
profundas lealtades y amargas traiciones, encuentros, destierros y
desarraigos.
El norte fue siempre la esperanza de ser consecuente con los que me dieron
el primer encargo: entender la política para liberarnos juntos de las
imposiciones sociales de una sociedad injusta que nos segregaba e impedía
nuestro desarrollo como seres humanos y como nación.
En mi paso por la organización, ocupé casi todos los cargos de
representación, tanto en la Juventud como en el Partido, siendo dirigente
nacional, regional, comunal, por años. Conocí muy próximamente a grandes
líderes: el más grande todos para mí, Salvador Allende. Tuve el honor de
acompañarlo en el balcón de la FECH en la celebración del triunfo popular
el 4 de septiembre de 1970 y gozar de sus enseñanzas y consejos. Alterné
por años casi cotidianamente con Carlos Altamirano, Clodomiro Almeyda,
Aniceto Rodríguez y milité activamente en sindicatos, poblaciones y en las
luchas universitarias con algunos de nuestros compañeros que murieron en
lucha: Carlos Lorca, Ricardo Lagos Salinas, Exequiel Ponce, Joel
Hauiquiñir, Bruno Blanco, Carlos Alamos, Eduardo Paredes, Jorge Aravena y
muchos otros.
Sostuve conversaciones en más de una oportunidad con líderes como Fidel
Castro, Brezhnev, Gorbatchov,Miterrand, Soares, Humberto Ortega y los
presidentes africanos Dos Santos y Pereyra, entre otras figuras destacadas
de la política del siglo XX. Conocí diversos países y aprendí a distinguir
desde el aire el color y la textura de distintos continentes.
Eso no habría ocurrido jamás de no haber sido por mi adscripción
partidaria. Era una identidad que ostentaba con orgullo ante cualquiera,
fuera la que fuese su jerarquía, porque representaba una historia de
luchas por el país y por la sociedad que nadie ponia en duda.
Pertenecía a una organización cuyos miembros arriesgaban hasta su vida por
sus convicciones. La represión nunca fue obstáculo para que ejerciéramos
nuestra libertad, aun estando prisioneros.
Algo de eso empezó a fracturarse en los prolegómenos del primer gobierno
democrático post-dictadura. Desde el principio surgió la sospecha que por
encima de las organizaciones que conformaron la Concertación, se había
formado una estructura transversal suprapartidaria, destinada a delinear
con mano de hierro el camino de la transición, reorientando el trazado
social y político que sugería la confluencia natural de una alianza de
centroizquierda que debía demoler la obra de la dictadura para dar origen
a la nueva democracia, con fuerte base en el respeto a los Derechos
Humanos, en la justicia social, en la igualdad de derechos y oportunidades
y en los intereses nacionales y regionales.
Una estructura que reunía en sí las bases del poder político, ubicando sus
piezas decisivas en los partidos, en el gobierno y en el Parlamento. Y que
gobierna hace veinte años.
La primera aparición que sugirió su real existencia, se dio en las
negociaciones con el dictador que fijaron los límites esperables de la
transición y que a primera vista aparecían inútilmente generosas ya que
sus frutos parecían el resultado de un diálogo realizado con un general
victorioso. La justificación aceptada fue el temor a una nueva asonada
golpista y curiosamente no hubo reacción de los partidos democráticos y
ninguna en el PS, en que los sectores más lúcidos quedaron paralizados
por la sorpresa.
El tiempo comprobó que esta negociación espúrea marcó la transición,
dejando en inferioridad de condiciones a las fuerzas democráticas para
imprimirle su carácter a la nueva democracia.
Como en un proceso programado, rápidamente asistimos al desarme progresivo
de todos los elementos que nos proporcionaban una indiscutible
superioridad moral y la posibilidad de construir una sociedad distinta al
modelo que heredamos de la dictadura.
En sus primeros pasos, los ideólogos de la transición pactada sometieron a
la libre competencia a los medios de comunicación, obligando a concurrir
al mercado a medios con espaldas financieras de plumas contra empresas de
inmenso tonelaje y apoyo de los sectores dominantes y del gobierno. Uno a
uno desaparecieron del espacio público y junto con ellos, una opinión
estructurada, democrática, crítica y progresista.
Otro golpe estratégico fue el de la rápida desmovilización de las fuerzas
sociales, conteniendo la movilización social ya fuere por acuerdo con los
líderes, por la cooptación a lugares de poder o por la represión, que se
ejerció justamente en contra de los que defendían nuestros postulados más
queridos, como la educación o la salud pública, los derechos de los
pueblos originales o la insoportable concentración del poder económico. La
política internacional desapareció de la preocupación pública y los
derechos humanos impusieron trabajosamente su presencia dolorosa. La
contribución del PS fue retirar su acción y organización de las
poblaciones y restar fuerza a los sindicatos industriales urbanos y
agrícolas, dejando el espacio libre a la penetración de la derecha.
Por años, el trabajo quedó desprotegido y sólo en los últimos dos años se
dio inicio a medidas, aun tímidas porque costará años recuperar sus
derechos naturales.
Otro paso necesario pasó por el desarme ideológico de los partidos,
reemplazando los principios del humanismo cristiano y la tradición laica y
marxista por una fórmula pragmática que proponía justicia social
,derechos humanos, cuidado de nuestras riquezas básicas y ejercicio
democrático “en la medida de lo posible”. Así se transó la inmensa fuerza
de la concertación que se basaba justamente en la confluencia de esos
principios que agrupaban a las grandes fuerzas sociales del país.
En el Parlamento con nuestros votos y bajo su presidencia, Camilo, se
continuó el proceso privatizador de nuestras empresas nacionales y de
nuestras riquezas básicas, reforzando paso a paso el poder de los que hace
no demasiados años fueron nuestros verdugos.
A la concentración económica y financiera se sumó la concentración del
poder político compartido mediante la fórmula del consenso y de las
contenciones estructurales de la Constitución del dictador. Eliminada la
movilización social, se establecieron como actores únicos y privilegiados
de la política los líderes parlamentarios y partidarios que cocinan la
política y negocian los márgenes de la insuficiente democracia.
Gradualmente se fueron identificando los antiguos contendientes y los
límites que definían a los partidarios de la dictadura y de la democracia
se hicieron progresivamente más difusos, cuestión que hoy se torna
dramática ante la amenaza que de una vez por todas la Derecha controle el
conjunto del poder del país.
El respaldo, casi sin oposición, a políticas contrarias a su naturaleza,
identidad política e historia, le cobró la cuenta al PS. Un manto de
mediocridad cubrió a esta organización trasvestista, desprovista ahora de
ideología y de estrategia de futuro, que en su práctica rechaza el pasado
histórico que asegura adorar y cuyo presente se basa en una lucha
vergonzosa por mantener las redes de poder generadas en estos veinte años
tanto al interior del partido como del gobierno.
Con pena hemos asistido al espectáculo de una conducción errática que ha
dado un verdadero abrazo de oso a las alternativas presidenciales que
levantó la Concertación y que detrás del símbolo de la flecha de la
falange, consiguió una derrota electoral de proporciones en las últimas
elecciones parlamentarias, luego del fracaso obtenido en las últimas
elecciones municipales.
La sabiduría del triunvirato de dirección, que representa las tres
fracciones que hoy comparten el poder del Partido (y los miles de millones
de pesos que heredaron del antiguo y vilipendiado PS de Allende), Camilo
Escalona, Marcelo Schilling y Ricardo Solari, consiguió levantar cuatro
candidaturas de identidad PS en menos de un año: la de José Miguel
Insulza, la de Alejandro Navarro, la de Jorge Arrate y la de Marco
Enríquez – Ominami.
La chifladera destinada a los presidentes de los partidos en el primer
acto de la segunda vuelta electoral, por los propios partidarios de la
Concertación, fue la demostración simbólica del rechazo que genera en las
propias filas la existencia de este partido transversal, responsable de la
antipatía ciudadana y de la desastrosa conducción de la campaña que
amenaza con la derrota al conglomerado electoral más poderoso que se haya
formado en la historia de Chile.
Curiosamente, solo los presidentes del PR y del PPD tuvieron la dignidad
de presentar su renuncia, en un acto de lealtad con el candidato
presidencial y de compromiso con su candidatura. Digo que es curioso,
porque ambos han hecho los mejores esfuerzos por mantener una conducta de
consecuencia con las opciones políticas de sus dirigidos y de su
candidato.
Usted, Camilo Escalona, y la dirección máxima del Partido, no mostraron el
mismo sentido de dignidad y vergüenza cívica. No tengo duda que en la
próxima reunión del 23 encontrarán un subterfugio retórico para mantener
todo igual, como si nada hubiera ocurrido.
Ya no existe alternativa de cambio en el PS. Desgraciadamente, la
estructura actual de mando vertical y autoritario que dirige las riendas
del poder del PS para continuar imponiendo los postulados de esa
organización transversal al gobierno, al Parlamento y a los partidos, sólo
podrá ser superada desde la creación de una organización superior, que
rescate la voluntad ciudadana para el necesario cambio de rumbo del país.
A esa disyuntiva cruel han orientado la percepción ciudadana y militante,
arriesgando al país al retroceso enorme que significaría un triunfo de
la Derecha. Nada me alegraría más que equivocarme y que las bases
partidarias lograran retomar el rumbo de lo que fue el PS: un partido
popular y de izquierda. Dada las circunstancias lo creo imposible.
Sin otro particular, se despide
Hernán Coloma A.
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