lunes, 9 de enero de 2017

ENCUENTRO PROGRAMÁTICO PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE - Isabel Allende Bussi


Santiago, 7 enero de 2017

Senadora Isabel Allende Bussi
Presidenta del Partido Socialista de Chile

Compañeras y compañeros,
Quiero saludar y valorar el trabajo que hoy iniciamos en conjunto con el Instituto Igualdad. Nada es más central en la acción política que la definición de las ideas que nos movilizarán en la fase que inicia el país, por lo que este esfuerzo se vuelve primordial para enfrentar este período.

Nos encontramos en el camino de adoptar definiciones políticas y electorales sumamente importantes para nuestro futuro como partido y como coalición. Si lo hacemos bien lograremos sintonizar con las mayorías y convertir estos cuatro años de Gobierno en un proceso para transformar Chile en un país de desarrollo inclusivo. Si no, ponemos en serio riesgo el sueño de una sociedad justa, llenando a Chile de quiebres y desencuentros, y retrocediendo en nuestro proceso transformador.

Para los socialistas el objetivo es claro: proyectar el proceso de cambios estructurales que iniciamos hace tres años con la Presidenta Michelle Bachelet. Y también son claras las herramientas para hacerlo: unidad de la centroizquierda en torno a una candidatura única, una lista parlamentaria y un programa común.
Hoy vivimos tiempos complejos para las ideas y los valores progresistas.

Ciertamente, no es un fenómeno privativo de Chile. Contrariando las encuestas y las expectativas, durante el último tiempo vimos cómo los británicos prefirieron abandonar Europa; cómo en Colombia la conquista de la paz sufrió un freno impensable en un plebiscito; y cómo trabajadores desesperanzados permitieron que un personaje como Donald Trump se convirtiera en Presidente de los Estados Unidos.

Europa y América Latina sufren hoy un fuerte retroceso de las posiciones progresistas, donde enfrentan los cuestionamientos de una derecha fortalecida y de populismos de diversos signos, que buscan superar o incluso sustituir a las orgánicas políticas actuales.

El deterioro de la fuerza convocante de nuestro proyecto a nivel global resulta de un malestar extendido por todos los países, tanto por las limitaciones de la democracia representativa, como por la incapacidad de nuestras organizaciones políticas de encarnar dicho proyecto.

Nuestra democracia, evidentemente, también enfrenta tensiones, cuyas raíces se encuentran en el proceso social y político vivido durante los últimos 25 años.

Chile se ha ido transformando profundamente durante este cuarto de siglo. Hemos avanzando en términos de derechos ciudadanos, en lo político, social y económico. Hoy, los chilenos vivimos mejor que en el pasado y hemos construido bases de desarrollo para seguir avanzado hacia un mejor futuro.

Hoy tenemos una nueva clase media más educada y más empoderada, que no solo quiere acceder a los beneficios del desarrollo, sino que quiere incidir en los asuntos públicos que le afectan. Parte importante de esta clase media ha abandonado la pobreza durante estos años, pero teme volver a caer en ella, lo que nos habla de un nuevo tipo de vulnerabilidad.

Hasta ahora, hemos seguido una estrategia de desarrollo basada en la exportación de materias primas, que muestra sus limitaciones para constituirse en una verdadera plataforma de desarrollo para el largo plazo, diversificada en su matriz productiva y ambientalmente sustentable.

Asimismo, una persistente desigualdad sigue dividiendo a nuestra sociedad, donde la brecha entre los que más tienen en términos de recursos y de poder, y el resto de la sociedad, sigue siendo una muralla que nos impide avanzar hacia una sociedad más cohesionada.

Si bien la desigualdad de ingresos es estructuralmente más reconocible, no son menos relevantes las que se mantienen entre mujeres y hombres, con nuestros pueblos indígenas y también en términos etarios, especialmente respecto de sectores de niños vulnerados en sus derechos y adultos mayores, que no ven acompañada una vida más extensa con políticas que los protejan.
Tampoco lo es la desigualdad territorial, porque aún sigue siendo demasiado gravitante vivir en la capital o fuera de ella.

Por otro lado, hemos ido democratizando con mucho esfuerzo un sistema político que permite una gobernabilidad básica, pero que presenta problemas de representatividad con altos niveles de abstención, poca renovación en los liderazgos y con serias dificultades para poder procesar cambios estructurales, como lo hemos podido palpar crudamente en episodios como la gratuidad educativa.

Nuestra democracia está siendo cuestionada en cada elección, donde crece la abstención, especialmente entre los jóvenes. Cualquier propuesta de futuro tiene que hacerse cargo, con mucha fuerza, de movilizar a quienes serán, precisamente, protagonistas de ese futuro.

Vivimos una política en crisis. Los partidos acumulamos evaluaciones negativas, al igual que otras instituciones y el mundo empresarial. Las malas prácticas, la colusión y la percepción de ser parte de una élite de privilegiados nos está pasando la cuenta.

Nosotros mismos no estamos ajenos a los factores del descrédito: compartimos los graves problemas que enfrenta la política y los partidos por los episodios de violación a la ética de los últimos meses. Debemos desterrar de una buena vez el vínculo nefasto entre política y dinero; debemos recuperar la función pública como servicio a los ciudadanos y no como una fuente de privilegios

No es posible debatir un programa de gobierno si no es en el marco de una discusión seria y profunda sobre las causas que hoy tiene la deslegitimación y desprestigio de la política en amplios sectores de la ciudadanía.

El impacto de este cuadro en la subjetividad social es enorme: nos encontramos con frustración por ver que el mejoramiento social no alcanza para todos; malestar y desconfianza en las instituciones y las élites, y una brecha creciente entre los proyectos de vida personal y los proyectos colectivos.

Nuestro gobierno y su programa de cambios ha buscado incidir en medio de esta realidad: las transformaciones que hemos impulsado apuntan a generar más igualdad y cohesión social, a educar más y mejor a nuestros compatriotas y a restituir la legitimidad de las instituciones.

Pero a pesar de la magnitud del esfuerzo, que ha significado altos costos y ha tenido claramente una resistencia permanente entre quienes se sienten cómodos con el statu quo, es necesario avanzar más. Por eso este encuentro es vital. Hay que poner igual acento en el qué hacer y en el cómo hacerlo, de manera de no poner en riesgo tanto los cambios como la adhesión a ellos.

No podemos olvidar que, de los últimos 27 años, nosotros hemos gobernado 23. Por tanto y hay que tener el coraje de reconocerlo, esto es en buena medida el resultado de lo que nosotros hemos hecho, con sus luces y sus sombras, aunque es justo también decir que nos hemos enfrentado con la trampa constitucional que ha impedido remover estructuras.

La pregunta que debemos enfrentar entonces es cómo respondemos al cuadro descrito. Cómo actuamos, desde los logros que hemos alcanzado, sobre las grietas que nuestras instituciones y la sociedad evidencian.

Ya lo declaramos en enero pasado, durante nuestro 30º Congreso General: debemos ser capaces de proponer respuestas eficaces para los desafíos emergentes, sin perder de vista la perspectiva de largo plazo que siempre debe impulsarnos. Por lo mismo, no se trata solo de listar un conjunto de los temas para proponer medidas. Se trata de articular una visión programática global con las políticas que consideramos relevantes para el próximo periodo.

Naturalmente, será tarea de este grupo de compañeras y compañeros realizar las proposiciones que estimen, pero quisiera plantear algunas materias que me parecen ineludibles para los socialistas.

En primer lugar, considero básico persistir en la creación de un sistema de protección social que permita instalar los cimientos de un Estado Social de Derechos: educación, salud y pensiones como bienes universales que deben estar disponibles para todos los ciudadanos.

En educación, hemos iniciado las reformas en los fundamentos del sistema, que debiera propender al fortalecimiento de la educación pública y crear las condiciones para asegurar efectivamente que una educación gratuita y de calidad esté al alcance de todos.

En esa misma dirección, debemos garantizar el acceso a salud oportuna, digna y financiada para todas las familias, lo cual supone enfrentar una transformación real del sistema de Isapres, entre otras cosas. La reforma de la salud debe ocupar, a mi juicio, un lugar central en cualquier programa de gobierno de la centroizquierda.

Junto con ello, la reforma del sistema de pensiones es inaplazable. La sociedad chilena exige cada vez con más fuerza resolver la encrucijada en que nos encontramos, con una sociedad que envejece aceleradamente sin que cuente con un sistema de seguridad social de verdad.

Un segundo gran capítulo de nuestro programa debiera enfocarse en perfilar una nueva estrategia de desarrollo. Un amplio y calificado grupo de socialistas -liderados por Clarisa Hardy y Álvaro Díaz- ha adelantado propuestas en este orden de cosas y considero que ellas deben nutrir el debate programático que estamos iniciando.

¿Cuáles debieran ser los ejes de esta estrategia?

Un primer punto a tener en cuenta es que una nueva estrategia de desarrollo requiere un enfoque integral que ponga en su centro al ser humano, porque estamos hablando de una idea de desarrollo que va más allá de la noción neoliberal centrada en el puro crecimiento, entendido solo como aumento del producto.

Ello plantea desafíos de envergadura: debemos crear las capacidades que permitan diversificar nuestra matriz productiva hacia bienes de mayor valor y que incorporen grados superiores de conocimiento, acercando al país a la frontera tecnológica mundial.

Un componente fundamental de esta matriz deben ser políticas públicas de calidad, que sean la expresión de un Estado eficiente. No perdamos de vista que en el deterioro de lo público al que asistimos, las cosas mal hechas han jugado un papel no menor. Estos años han demostrado que nuestro Estado, a veces, no está a la altura de las transformaciones sociales a las que aspiramos. Su modernización es un medio esencial para lograrlas.

Al mismo tiempo, un modelo de desarrollo basado en el ser humano exige asegurar condiciones laborales justas, que se haga cargo de las nuevas transformaciones del mundo del trabajo, con organizaciones sindicales fuertes que permitan equilibrar las actuales relaciones laborales, junto con un ejercicio empresarial responsable. Hablo derechamente de la necesidad de construir un nuevo pacto social entre trabajadores, empresarios y comunidades, que permita compartir los frutos del progreso entre todos y no concentrarlos solo en algunos.

Caminar hacia esta nueva estrategia de desarrollo requiere con decisión y acciones concretas el desafío del cambio climático y, en ese marco, resolver el problema del agua en Chile. Nuestra propuesta sigue siendo la de garantizar la disponibilidad de agua como un derecho humano.

Nuestro objetivo es una nueva estrategia de desarrollo para no seguir dependiendo solamente del cobre, pero eso no significa no defender algo que está en el corazón y en la historia de los socialistas. Debemos defenderlo y ello debe expresarse tanto en la necesidad de fortalecer y capitalizar CODELCO como en poner fin a ese yugo que pesa sobre la principal empresa pública, derogando la ley reservada del cobre.

Un tercer componente programático tiene que ver con la calidad de nuestra política y de cómo nos hacemos cargo de las limitaciones que muestra la democracia representativa. El malestar de los ciudadanos radica en gran medida en la incapacidad del sistema político para procesar sus anhelos y para responder a sus expectativas. Una distancia que se ve incrementada cuando algunos de nuestros actores parecieran anteponer sus intereses individuales convertidos en privilegios, por sobre el interés general.

Por lo mismo, debemos tener la audacia de proponer diseños institucionales que permitan recuperar el sentido y significado de la política para quienes solo disponen de su voz y su derecho a disentir. Pero no debemos quedarnos solo en las instituciones, sino que debemos renovar profundamente nuestra propia práctica política a todo nivel, sea en las organizaciones políticas, en las instituciones representativas o en las organizaciones de la sociedad civil.

Recuperar la confianza nos exige ser inflexibles con la probidad. Quienes se sirven de la política y no sirven a quienes confiaron en ellos, no solo le hacen un daño al Partido: se lo hacen al país entero.

Porque sin hechos las ideas son solo consignas. La posibilidad de reconstruir la confianza entre ciudadanía y élites supone expresar en actos aquello que predicamos o prometemos.

El marco de la renovación de la política debe ser, definitivamente una nueva Constitución. Los socialistas no vamos a cejar en nuestro empeño por tener una carta fundamental elaborada y legitimada en democracia. La Constitución que tenemos entorpece y obstaculiza la construcción de una sociedad justa, por lo que cambiarla es una tarea vital. Los socialistas aprobamos en Congreso partidario promover la Asamblea Constituyente como el mecanismo más adecuado para ello.

Otra dimensión programática esencial tiene que ver con asegurar condiciones para poder implementar los proyectos de vida de cada ciudadano, en su autonomía, sus derechos, sus convicciones y orientaciones. En este ámbito me parece fundamental consagrar el matrimonio igualitario, despenalizar el aborto y avanzar hacia la eliminación de toda forma de violencia o discriminación hacia el otro, cualquiera que este sea: mujer, indígena, adulto mayor, niño, migrante.

A propósito de esto último, como socialistas creemos que ha llegado la hora de contar con una política y una institucionalidad migratoria con una legislación que no sea discriminatoria, sino moderna, responsable e inclusiva.

Otro tema que no podemos dejar de lado es la aspiración de miles de trabajadores y de sus familias por vivir en un entorno libre de delincuencia. Podremos elevar las condiciones de vida, podremos tener avances en el aseguramiento de derechos, pero ello perderá sentido si no somos capaces de ofrecer respuestas efectivas a quienes temen por su integridad, la de los suyos y por la protección de un patrimonio que es fruto de su esfuerzo. Pese a los avances en materia de persecución penal, la inseguridad sigue siendo otra muestra de desigualdad. Quienes más sufren de la inseguridad son quienes más deben sacrificarse para alimentar a sus familias. Vivir en un entorno seguro también es un derecho básico.

No puedo dejar de relevar la imperiosa necesidad de descentralizar el país. La dimensión territorial debe cruzar todos los ejes programáticos, pero también debe ser un área de política en sí misma: hasta ahora hemos logrado avanzar en descentralización administrativa, pero debemos completar la descentralización política con la elección de los gobernadores regionales. Aprobamos la reforma constitucional, debemos aprobar la ley que permita hacer la elección y debemos asegurarnos que este nuevo ejecutivo regional elegido, democráticamente, tenga las herramientas y los recursos para ser un gobierno regional de verdad.

Compañeras y compañeros,

No tengo dudas de que podría seguir aumentando el número de temas programáticos, pero tengo también conciencia de que debemos poner un límite razonable a esta elaboración.

Por lo mismo y aun cuando sé que muchos de ustedes han participado de procesos anteriores similares a este, me parece que vale la pena recordar algunas cuestiones básicas para emprender esta tarea.

Dicho muy escuetamente, no podemos olvidar que un programa de gobierno es una herramienta para la acción y no un enunciado de deseos o solo puntos de vista ideológicos. Por lo mismo, debe trazarse una carta de navegación para fines realizables.

Sin perjuicio de enfocarse hacia el horizonte de una sociedad con justicia social y bienestar extendido, debemos precisar medidas concretas que permitan avanzar en esa dirección.

La responsabilidad política exige también identificar prioridades programáticas, definir cuál o cuáles serán los temas por los que nos jugaremos de manera principal, sabiendo que no todo se puede hacer al mismo tiempo.

Del mismo modo, en la construcción programática debemos estar muy atentos a oír a los ciudadanos, porque un programa se hace desde la sociedad. Pero ciertamente, un programa tampoco es una lista de demandas, sino que es el resultado de la interacción y el procesamiento de la demanda social y de los principios socialistas a través de un juicio de eficacia política, que permita albergar la expectativa razonable de poder cumplir lo que se comprometa.

Compañeras y compañeros,

Este es el gran desafío que debemos asumir.

Es enorme, como también lo es la tarea de hacer del nuestro un país más desarrollado, cohesionado y equitativo.

Pero tenemos las ideas y los recursos políticos para abordar esta tarea. Y no debemos olvidar que el marco de trabajo debe ser siempre una visión global de sociedad y un horizonte que nos movilice.

Nuestro objetivo es construir una sociedad centrada en la idea de ciudadanía fundada en derechos, una sociedad donde garanticemos niveles de protección para alcanzar una existencia digna. Y los medios que hemos elegido para alcanzar ese propósito es la construcción de mayorías sociales y políticas que permitan avanzar en democracia.

La propuesta programática en que vamos a trabajar tiene grandes propósitos: primero, hacerse cargo efectivamente de lo que Chile nos demanda, a partir de algunos de los elementos que he señalado; segundo, estar al servicio de la unidad, por lo que ella debe tener presente la diversidad de nuestra coalición de centroizquierda; y tercero, ser una herramienta política para ganar las próximas elecciones.
Porque no hay mejor vehículo para materializar nuestros principios y nuestras ideas que el triunfo.

A diferencia de la derecha, que dispone de una amplia red de recursos materiales y simbólicos para intentar mantener sus privilegios, para la centroizquierda el gobierno es un medio fundamental del que dispone para llevar sus ideas desde el papel a la vida real.

Nuestros adversarios han sabido actuar en los últimos tiempos. A los errores nuestros se suman aciertos de la derecha para convertir en sentido común las críticas a nuestro gobierno y a nuestra coalición.

Sin embargo, nuestras ideas y valores siguen siendo mayoritarios en la sociedad chilena. De lo que se trata ahora es de tener la capacidad de convertir esa mayoría social y cultural en mayoría política.

No hay más camino que el de la unidad, con un candidato único, una lista parlamentaria unida y un programa común. Para ello lo que hoy comenzamos a dibujar es crucial.

Estoy convencida que el triunfo es posible.

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