domingo, 1 de octubre de 2017

Por Victor Osorio: EL TE DEUM EVANGELICO Y LA MASACRE DE CHIHUÍO

En la Catedral Evangélica de Estación Central se realizó durante la mañana del domingo 10 de septiembre el Culto de Acción de Gracias que desarrollan habitualmente las entidades evangélicas y protestantes. En esta ocasión, estuvo caracterizado por los fuertes ataques contra la Presidenta Michelle Bachelet, quien ha efectuado una labor sin precedentes en sus dos Gobiernos en procura de ampliar la libertad religiosa y la igualdad de cultos. En cambio, Sebastián Piñera fue ovacionado, el mismo que faltó desembozadamente a la verdad al proclamar el 2009 treinta compromisos con el mundo evangélico, de los que prácticamente no cumplió ninguno durante su gestión.
Como estos hechos ocurrieron en la víspera de una nueva conmemoración del golpe de Estado en Chile, nuestra memoria se trasladó a un episodio que ha sido un gran ausente de todos los Te Deum evangélicos que se han realizado desde septiembre de 1975, cuando fue instaurado por el dictador Augusto Pinochet. Ese episodio es la matanza de campesinos de Chihuío ocurrida el 9 de octubre de 1973, en la comuna de Futrono, en las cercanías de Valdivia.
Según el Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, ese día un convoy militar de los regimientos “Cazadores” y Maturana” de Valdivia “inició una caravana hacia el Sector Sur del Complejo Maderero Panguipulli”. El convoy estaba integrado por unos 90 hombres, entre tropa y oficiales, y siete vehículos. En las localidades de Chabranco, Curriñe, Llifén y Futrono los militares detuvieron desde sus domicilios o sus lugares de trabajo, o recibieron de manos de Carabineros, a un total de 17 trabajadores agrícolas.
Fueron golpeados hasta sangrar y en presencia de sus familias. Entre ellos, el menor de 17 años Fernando Adrián Mora Gutiérrez.
Según una amplia investigación sobre el caso que realizó la Corporación de Promoción y Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), la situación económica de las familias de los prisioneros “era mínima; vivían en humildes casitas de madera, en muchos casos sin piso y sin los servicios básicos; las casas disponían de un pequeño sitio con uno o dos árboles frutales y un pequeño pedazo de tierra donde sembraban algunas hortalizas”.
Del total de los ejecutados, 14 eran casados y tenían familias. En total tenían 69 hijos, cuyas edades fluctuaban entre pocos días de vida y los 23 años. Mirla Torres, cónyuge de Ricardo Ruiz, e Irma Carrasco, esposa de Rosamel Cortez Díaz, estaban embarazadas.
Indica que “quince de los campesinos eran evangélicos. En la ‘Iglesia del Señor’, iglesia evangélica de Arquilhue, predicaba Narciso García Cancino, y en la ‘Iglesia Cristiana de Jesucristo’ de Chabranco predicaba frecuentemente Rosendo Rebolledo Méndez”.
De acuerdo a un trabajo publicado por revista “Sendas”, la mayoría de los 15 campesinos evangélicos se congregaba en la Iglesia del Señor y dos eran adventistas.
Aparte de García y Rebolledo, el trabajo de CODEPU remite también a los casos de José Orlando Barriga Soto (su esposa Purísima de las Mercedes Martínez relató que “era evangélico, había sido bautizado en la Iglesia del Señor”); Daniel Méndez (cuya hermana e hija dijeron que “era evangélico, muy creyente, y participaba con muchas otras familias en las oraciones y alabanzas al Señor”) y Sebastián Mora Osses (su esposa Alterneriana Gutiérrez relató que “ambos éramos evangélicos y teníamos a todos nuestros hijos bautizados y presentados en el Evangelio del Señor en la Iglesia del Señor Jesucristo”).
Bajo una fuerte lluvia, llegaron en la noche del 9 de octubre a las cercanías de Chihuío. Los prisioneros venían golpeados y heridos, algunos sangrantes, amontonados en los camiones, los que daban tumbos por las irregularidades del camino rural. Cerca de su destino, los camiones se empantanaron en el barro. Los bajaron y los hicieron caminar a obscuras, bajo la lluvia, con las ropas empapadas y los cuerpos entumecidos, siempre custodiados por los militares con los fusiles apuntándoles.
Un oficial les obligó a que cantaran. Uno comenzó a cantar una alabanza evangélica. El resto lo siguió.
El ex soldado Heriberto Omar Villegas Villanueva relató lo siguiente: “Me correspondió participar en el operativo a Chihuío. Recuerdo que después de detener a las personas en Chabranco y continuar viaje, el convoy no pudo seguir a causa de la lluvia y el barro. Los camiones quedaron atascados. Entonces los jefes hicieron bajar a los detenidos y los obligaron a continuar el viaje a pie. Además les ordenaron cantar y algunos de ellos, que eran evangélicos, entonaron alabanzas”.
Hernán Tejeda, otro conscripto, recordó: “Cuando los camiones ya no pudieron seguir, nos fuimos de ahí a patita, los soldados y prisioneros. En algún momento alguien dijo: ¿quién de los prisioneros sabe cantar? (…) Me acuerdo de uno que cantaba tan lindo, como Aceves Mejías. Cantaban como despidiéndose, parece que sabían que los iban a matar y había evangélicos que cantaban alabanzas”.
Llegaron a Chihuío. En el lugar amarraron de las muñecas con alambre a cada uno de los 17 campesinos. Los militares se dedicaron a comer y a beber gran cantidad de alcohol. Los detenidos tendidos en el piso, con hambre y congelados de frío, reanudaron los coros evangélicos y los cánticos de alabanzas.
La familia de apellido Arango que vivía cerca de ahí se encerró en su casa y por entre las maderas miró lo que ocurría: “Cortaron alambres para colgar ropa y con ellos amarraron a los detenidos. Durante toda la noche los campesinos clamaban a Dios, mientras tanto los militares junto con Américo González preparaban un asado. Don Américo puso el vino, oíamos sus risas y sus tallas junto al lamento de los campesinos”.
En la noche fueron acribillados. La mayoría fueron rematados en el suelo con los corvos. Los soldados que luego comparecieron a la investigación judicial recordaron que los gritos eran desgarradores.
Orlando Garnica Hurtado, un habitante del lugar, contó: “Al día siguiente, 10 de octubre, los militares iniciaron su descenso hacia Valdivia. Yo empecé a buscar el lugar donde habían dejado los cuerpos y los encontré (…) Estaban a ras del suelo, totalmente desnudos (…) Tenían heridas de armas cortantes. Algunas de las extremidades estaban cortadizas, dedos y manos estaban separados cerca de los cuerpos. Durante varios días no subí al lugar. Estaba horrorizado”.
El Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación consigna: “Al día siguiente, esto es, el 10 de octubre de 1973, un testigo reconoció en ese lugar a varias de las víctimas y pudo percibir que la mayoría los cuerpos tenían cortes en las manos, en los dedos, en el estómago e incluso algunos se encontraban degollados y con sus testículos cercenados, sin poder observar huellas de impactos de bala en los restos. Los cadáveres de los ejecutados permanecieron en el lugar de su ejecución durante varios días, cubiertos tan sólo con algunas ramas y troncos. Aproximadamente 15 días después de la ejecución, fueron enterrados por efectivos militares en fosas de diferentes dimensiones”.
A fines de 1978 o principios de 1979, dentro de la “Operación Retiro de Televisores”, llegaron militares de civil a exhumar los restos. Los desenterraron y lanzaron los cuerpos al mar. A esas alturas, ya habían ocurrido cuatro Te Deum en la Catedral Evangélica de Estación Central, a los que concurrió Augusto Pinochet y su esposa Lucía, los miembros de la Junta Militar y otras autoridades de la tiranía. Nadie les gritó “asesinos”, más bien fueron ovacionados. Nadie les reprendió desde el púlpito, más bien dijeron que el golpe de Estado y la dictadura eran una “respuesta a nuestras oraciones” y una bendición para la patria. Pinochet fue llamado nada menos que “siervo de Dios”.
Y por cierto que nadie dijo ni una sola palabra respecto de los hermanos de Chihuío que fueron acribillados por la soldadesca mientras entonaban alabanzas al Señor.
Por Víctor Osorio Reyes
Periodista
Santiago de Chile, 11 de septiembre 2017
Crónica Digital

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