EEUU         basa su compromiso         militar en el “Destino Manifiesto” o utopía reafirmada en la fe         de los         peregrinos del Mayflower que al igual que en otras empresas que         el imperio         americano ha emprendido en el mundo, basa su determinación en la         existencia de         un mandato divino que en este caso es su convencimiento que el         ideal de la         democracia americana será finalmente evidente y compartido por         el mundo entero.         Visión de un milenarismo que impregna la política         norteamericana. Surge la duda         si acaso el resto de los miembros de la Coalición comparte esta         visión y de qué         manera las convicciones democráticas occidentales pueden ganarse         con la fuerza         de las armas, esta vez, en el norte de África.
Entendamos         que los         norteamericanos tardaron más de 200 años en definir el sistema         que les         convenía. Europa más de 360 años si tomamos como inicio de su         propia búsqueda         el Tratado de Westfalia (1648). No me cabe duda que la búsqueda         por un sistema         de gobierno con alta convocatoria en la época moderna comienza         en África con la         descolonización de los ’60 en el siglo pasado. No es tarea fácil         lograrlo.
Los             supuestos militares de             la intervención de EEUU en la guerra civil en Libia
Es un hecho muy anterior a los acontecimientos en Libia,         el proceso de descentralización y         reorganización de los cinco Comandos en el         mundo de la         fuerza militar de EEUU. Esos Altos Mandos regionales poseen los         módulos         necesarios para la intervención de fuerzas expedicionarias con         las cuales se         busca definir la presencia norteamericana en escenarios de         ultramar. Esta         política de defensa responde a la eliminación progresiva de         bases militares, y         su transformación en fuerzas aerotransportadas en el modelo del         cuerpo de         Marines.
En el caso de         Libia, Robert Gates,         secretario de defensa, apoyado por Obama, excluye cualquier         fuerza         expedicionaria –el llamado On-call Aerospace Expeditionary           Wing (AEW).         Es decir, se desecha la intervención mixta de fuerzas         expedicionarias con algún         tipo de fuerza armada libia del Este. Esto es, la alta         tecnología con apoyo         local, como fue la alianza que se estableció hasta su muerte con         el comandante         Ahmed Shah Masud de la Alianza del Norte en Afganistán y que en         este caso es         desechada.
¿Por         qué esta reticencia         a la intervención con fuerzas terrestres en una lógica de         invasión?
EEUU         sabe que su         progresiva intervención en objetivos terrestres la lleva         fatalmente a         involucrarse en una guerra civil. De hecho la OTAN ha declarado         que “armar a         los opositores es ilegal” (Anders Fogh Rasmussen –TV SKY). Al no         producirse         ninguna división al interior de la tribu de Kadafi, la suerte de         la batalla         final en el terreno queda entregada a la confrontación entre las         fuerzas de         Kadafi y los rebeldes del Este. Eso sin decir que estas últimas         son incapaces         de lograr avances decisivos, lo cual en definitiva deja en manos         de la         Coalición la decisión definitiva.
Sin         embargo, no existe         ninguna seguridad que las fuerzas de la Coalición puedan recrear         las         condiciones de la lucha militar moderna con un contingente mixto         de tropas.         Otra opción, consiste en dejar de lado la fuerza militar rebelde         y asumir         completamente las acciones en el terreno. Situación         políticamente inviable         puesto que la administración Obama no está dispuesta a pagar los         costos ante la         opinión pública mundial.
Desde         el lado militar la eficacia         en el terreno requiere de un cierto grado de independencia de         combatientes y         comandantes o recreación del teatro de guerra           redcéntrica, con un centro (esquema panopticon)         que tiene un  feedback         para los problemas que le plantean los destacamentos         avanzados en el terreno.
 
Las         limitantes operativas de las         fuerzas en combate se expresan en término de fuerzas         enfrentadas, defensas,         armamento, vehículos, hardware de comunicaciones,         aprovisionamientos         y…lealtades. Junto al enfrentamiento armado en el terreno         libio-africano el         centro de gravedad (en el sentido de Clausewitz) de las fuerzas         antagónicas en         operación, en algún momento se traslada al terreno de la         política tribal y de         clanes familiares y a la traducción directa de las directivas         políticas en         acciones militares en el terreno. 
Aún         si este complejo armado de lo         militar con lo civil se expresara en algún grado de organización         en el terreno,         existe la duda acerca de la comunicación entre los sistemas y         los actores. Es         decir, de qué manera los sistemas          tecnológicos de información, vigilancia y reconocimiento,         más la         tecnología de inteligencia para el análisis de situaciones         alejadas de la línea         de operaciones, se traduce en información válida para los         estados mayores         extranjeros y luego en feedback hacia         los combatientes en el frente.
Problema         mayor que las tropas         americanas ya enfrentaron en Irak, lo enfrentan actualmente en         Afganistán y         corren el riesgo de enfrentar en Libia en caso de         involucramiento total en el         terreno.
En         el fondo se trata de enfrentar el asunto del         mando en combate dentro del         teatro de guerra redcéntrica –frase que fue empleada por         primera vez de         manera pública en 1997 por el Jefe de Operaciones Navales,         Almirante Jay         Johnson– que cambia de manera radical la noción del mando         en combate, lo         cual es determinante del éxito en el campo de batalla, pues se         tiene una visión         panorámica del campo de batalla (corredores irradiando desde una         torre u         observatorio central).
La guerra         redcéntrica crea un panopticon que da al         comandante una         visión ilimitada de un teatro de operaciones contemporáneo. De         esta manera,         comandantes de mayor jerarquía se convierten en observadores de         facto,         permitiéndoles no sólo controlar la batalla sino también         cuestionar las         decisiones de un comandante subalterno. La guerra redcéntrica         se         desenvuelve en un ambiente inalámbrico y digital de máxima         coordinación entre         las unidades operativas y el centro de operaciones.[1]
Hasta ahora       ninguna de las complejidades de la         intervención en el terreno se encuentra en la ofensiva aérea         pues el ataque a         los objetivos se lanza desde buques de guerra o desde bases del         continente         europeo; seguidamente, la inteligencia adquirida por años desde         satélites espías,         así como la detección, interceptación y grabación de las         frecuencias de los         radares libios permite la programación de los computadores de         los misiles de         crucero y de los misiles aire-tierra, para con ella asegurar la         destrucción de         los sistemas de armas que las emiten. Los aviones de combate así         como de         reconocimiento y los satélites espías permiten evaluar los         resultados del         ataque y retransmitirlos al centro de operaciones para la         reprogramación de los         ataques futuros. Hasta allí tecnología pura y nula necesidad de         entrar en el         juego político de las tribus en confrontación.
La realidad         en el terreno demostró que al sobrepasar las fuerzas de la OTAN  la exclusión aérea mandatada por la ONU en         la         resolución 1973 y atacar objetivos terrestres las fuerzas de         Kadafi,         especialmente columnas blindadas, eran fácil presa de los         aviones de la         Coalición. De allí el avance de los rebeldes hasta amenazar la         ciudad de Sirte         (ciudad natal de Kadafi). La práctica de la guerra señala que         toda táctica crea         una contra táctica. Frente a un bombardeo imparable, Kadafi         reemplazó los         tanques y blindados por medios de fortuna –como los empleados         por los rebeldes         del Este– a saber camionetas y vehículos ligeros sobre los         cuales se montó el         poder de fuego y que banalizados de esa manera neutralizaron el         poder de fuego         de los aviones de la Coalición que no podían arriesgar el         bombardeo de los         vehículos de los del Este y menos aún aumentar las bajas de la         población civil.         El balanza de la contraofensiva en 48 horas señala la recaptura         de ciudades que         estaban en manos de los rebeldes, amenazando con ello,         nuevamente la ciudad de         Bengasi.
En conclusión,         dada las características de la lucha en el terreno y los actores         involucrados resulta imposible recrear las condiciones         necesarias de un campo         de batalla que en sus desarrollos lleve a un desenlace         definitivo en Trípoli.         Esto lo saben las fuerzas de la Coalición cuya reflexión en un         corto plazo se         centra en los escenarios políticos que se abren.
Cuando el empate en el             teatro de guerra define los escenarios políticos
A dos semanas del inicio de         hostilidades el         resultado es un empate con un alto costo para los civiles. Excluida la retórica de la         defensa y respeto de los DDHH en Libia que no         aparece asegurada ni por Kadafi ni sus adversarios del Este, al         menos en la         versión occidental que se tiene de los DDHH y del ejercicio de         la democracia,         no queda a la Coalición otra alternativa que construir los         términos de un alto         al fuego –al margen de las verdaderas intenciones de unos y         otros. 
He allí la base, llamémosla         cínica, de una agenda de discusión con participación de tribus y         clanes         familiares. Es en esa agenda donde la Coalición y la ONU podrán         desarrollar sus         propias ideas acerca de la democracia y plantearlas a sus         interlocutores libios         de uno y otro bando. Imagino, entre otras ideas de las potencias         occidentales:         registros electorales, elecciones libres, información y prensa         libres,         parlamento, tribunales de justicia independientes, etcétera…
En ese esquema, podrán         integrarse otros gobiernos al margen de los de la Coalición a         saber, China y la         Federación Rusa, entre otros. El estatus de participación será         en acuerdo con         las partes. Imagino que la activa participación de países de la         Liga Árabe en         la Coalición, significará que su integración se discutirá al         interior de         aquella.
Conviene imaginar en esta         agenda e itinerario posible los terrenos que no admiten         discusión a saber, la         integridad territorial de Libia sin divisiones ni particiones         entre las         provincias de Tripolitania y Cyrenaica. Dos, el estatus de la         explotación del         petróleo y gas y su comercialización. Tres, el destino de los         jefes de ambos         bandos, a discutir al interior de éstos, sin que ello sirva de         moneda de cambio         de los acuerdos.
No         pasa desapercibido         que el imaginario político de los países de la Coalición pasa         por la         desaparición del orden tribal. Lo cual, si entrara en la         discusión, no sería         sino una muestra de la dificultad de compatibilizar las         realidades políticas de         un país con la ideología de aquellos que intervienen desde el         exterior. Esto se         relaciona con el costo que las potencias de la Coalición están         dispuestas a         asumir frente a sus respectivas opiniones públicas. ¿Hasta qué         punto habrá que         estirar la cuerda para salvar las apariencias? Sobre todo cuando         los dirigentes         de la Coalición tengan que explicar en sus parlamentos el costo         de la guerra,         en países cruzados por la crisis financiera y el desempleo.
¿No         estamos acaso en         una situación en que los líderes de los países involucrados         tengan que lamentar         cuando las razones que tuvieron para comprometerse en una guerra         no aparezcan         tan plausibles al final como lo fueron al comienzo?
Bismark         lo dijo:         “Desgracia, para el hombre de estado, cuyas razones para entrar         en una guerra         no aparezcan tan plausibles al final como lo fueron al comienzo”                                                                                                                                
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