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viernes, 30 de agosto de 2013
miércoles, 21 de agosto de 2013
CARTA ABIERTA: Juan Emilio Cheyre, ex Comandante en jefe del Ejército Juan Miguel Fuente-Alba, Comandante en jefe del Ejército
Señores
Juan Emilio Cheyre, ex Comandante en jefe del Ejército
Juan Miguel Fuente-Alba, Comandante en jefe del Ejército
Presentes
Con motivodel impacto público, por los detalles del conocimiento del caso de Ernesto Ledjerman Avalos, ciudadano argentino, que cuando tenía 2 años,fue testigo del asesinato de sus padres a manos de militares, en la quebrada del Valle del Elqui, cerca de la frontera con Argentina, y entregado posteriormente a un convento de monjas en 1973, por el entonces Teniente Juan Emilio Cheyre, para su custodia; es que vengo a requerir la entrega de información veraz y/o iniciativas institucionales que colaboren en la dirección de casos de igual dramatismo que él ha señalado, y que aún, luego de 40 años, siguen sin ser esclarecidos, prolongando una perversa agonía a sus familiares y a nuestro país
Existen acreditadas por organismo pertinentes, 9 casos de mujeres detenidas-desaparecidas, que al momento de su detención se encontraban en estado de embarazo.
Se desconoce con exactitud hasta el día de hoy, que sucedió con aquellas criaturas en gestación, básicamente si lograron sobrevivir o no al cautiverio y torturas de sus madres.
Los nombres de ellas, y el año de su secuestro, son los siguientes:
JACQUELINE DROUILLY YANICK. 1974
CECILIA BOJANIC ABAD.1974
MARIA LABRIN LASO. 1974
CECILIA BOJANIC ABAD.1974
MARIA LABRIN LASO. 1974
GLORIA LAGOS NILSSON. 1974
MICHELLE PEÑA HERREROS. 1975
ELIZABETH REKAS URRA. 1976
NALVIA MENA ALVARADO. 1976
REINALDA PEREIRA PLAZA. 1976
GLORIA DELARD CABEZAS. 1977
NALVIA MENA ALVARADO. 1976
REINALDA PEREIRA PLAZA. 1976
GLORIA DELARD CABEZAS. 1977
Existe la esperanza de que al menos algunos de ellos, lo hayan podido lograr, y que al igual que con Ernesto Ledjerman Avalos, hayan sido entregados a la custodia de terceros, tal como ya está acreditado largamente en el caso de la dictadura argentina
Por todo lo anterior, es que vengo a solicitar lo siguiente:
Que el ex Comandante en Jefe, Sr. Juan Emilio Cheyre, pueda informar si conocey tiene más antecedentes de otros casos, como el de Ernesto Ledjerman Avalos, es decir de niños, niñas o bebés, entregados en custodia a terceros naturales o institucionales.
La consideración de una actitud de humanidad no se condice solamente con la entrega de inocentes, en este caso niños o bebes, al resguardo y custodia de terceros. Más aún si esto implica, cubrir la verdad, encubrir a los responsables y desterrar a niños de la propia familia.
Al actual, Comandante en Jefe, Sr. Juan Miguel Fuente-Alba, le solicito que pueda abrir un periodo de investigación, acerca de la eventual entrega de niños o recién nacidos, en adopción o, cualquier forma de custodia.
De esta forma, dar algo de paz, a los familiares y su incansable lucha y también tranquilidad a las instituciones para que el pasado no emerja, cada cierto tiempo a borbotones. Los pasos que no damos suelen ser los que más nos cansan, volviendo sorprendidos sobre nuestros pasos olvidados.
Necesitamos como país las verdades que aún se esconden.Sobre hechos y situaciones materiales, que ninguna interpretación podrá resarcir. La memoria no guarda películas sino fotografías.
A 40 años del quiebre de nuestra democracia, es el único camino para ir cerrando heridas. Sino, tendremos que convivir por muchas generaciones, con el eterno retornode lo reprimido, que volverá una y otra vez a emerger, preguntándonos incesantemente: ¿Dónde está tu hermano?
Carola Rivero Canales
Vice Presidenta de la Mujer Partido Socialista de Chile
Vice Presidenta de la Mujer Partido Socialista de Chile
martes, 20 de agosto de 2013
El legado democrático de Salvador Allende
FERNANDO DE LA CUADRA*
El próximo 4 de septiembre se conmemoran 43 años desde que
el candidato socialista, Dr. Salvador Allende venciera las elecciones
presidenciales liderando una coalición de fuerzas de izquierda y centro
izquierda denominada Unidad Popular. El triunfo de Allende fue apretado –
obtuvo solamente 36,2% de los votos válidos – y representó la cuarta tentativa
de elegirse presidente. Allende venció las elecciones con un programa de
gobierno que incluía transformaciones importantes en la estructura económica,
política y social en un marco de respeto a las instituciones democráticas
vigentes en el país, sin apelar al de la violencia revolucionaria (vía armada)
y sin rupturas dramáticas de la convivencia nacional. Este proyecto de
transformación de la sociedad por un camino legal-institucional y democrático
llegó a ser conocido como la “vía chilena al socialismo.”
La ratificación de Allende como presidente en el Congreso
Nacional tampoco estuvo libre de conflictos y tensiones. Pocos días antes de la
votación en el parlamento, el Comandante en Jefe del Ejército, General René
Schneider, fue asesinado por un grupo de civiles y ex-militares de
ultra-derecha, como una forma de presionar a los sectores de la Democracia
Cristiana para dar su apoyo al candidato que consiguió la segunda mayoría,
Jorge Alessandri, representante de la derecha tradicional y que había obtenido
el 34,9% de los votos válidos.
El proceso de cambios emprendido por Allende y los partidos
de la Unidad Popular fue, como es ampliamente conocido, interrumpido abrupta y
dramáticamente después de casi 1000 días de gobierno, en el Golpe de Estado del
11 de septiembre de 1973. Por lo tanto, ya se cumplirán cuatro décadas de esa
cruenta jornada. Cuando afirmamos que esa jornada fue cruenta, no estamos
construyendo una entelequia, pues durante el mismo día del Golpe, varios
partidarios del gobierno que defendían el Palacio presidencial La Moneda
murieron en combate y el propio presidente Allende inmoló su vida cuando las
fuerzas militares irrumpieron en su despacho. La represión y el revanchismo
sangriento desatado después de ese día fueron de una ferocidad inusitada en la
historia política chilena y dejó una secuela de ejecutados, detenidos
desaparecidos, torturados, prisioneros en campos de concentración, exilados y
desterrados que aún hoy ronda como una sombra tenebrosa sobre la memoria de
miles de chilenos.1 Y no solamente eso, el propio proyecto socialista iniciado
por el gobierno da Unidad Popular es un tema que hasta ahora divide a gran
parte del país, principalmente de aquellos que vivieron esa experiencia
pionera.
La historiografía se interroga hasta nuestros días con
respecto a las condiciones que hubieran hecho posible -o no- la continuidad del
gobierno popular. Una tesis postula que dicha permanencia se consolidaba a
través de una gran coalición entre la izquierda y los sectores progresistas del
centro, conformando aquello que precisamente a partir de la tragedia chilena,
Enrico Berlinguer llegó a teorizar como el “bloque histórico”. Es decir, la
construcción de una amplia alianza entre el conjunto de fuerzas que impulsan
las transformaciones necesarias para obtener una mayor justicia social. Este
pacto se produciría por medio de un compromiso histórico, en el cual se
preparase el tejido unitario de la “gran mayoría do pueblo en torno a un
programa de lucha por el saneamiento y la renovación democrática de toda la
sociedad y el Estado.” 2
Al contrario de una aquiescencia sobre esta perspectiva, la
implantación de la “vía chilena” fue siendo diseñada y alimentada por diversas
lecturas con relación al curso que debía tomar la revolución chilena, un camino
que era inédito, con características nacionales y tal como decía el propio
Allende, tenía que ser una revolución “con sabor a empanada y vino tinto”. Entretanto,
existía una contradicción fundamental entre las fuerzas políticas que le daban
sustento al proyecto de la Unidad Popular. El principal embate entre estas
concepciones polares se encontraba entre aquellos sectores que tenían una
plataforma de inspiración republicana del proceso de transformaciones,
subordinando a un segundo plano el ideario revolucionario marxista-leninista.
Estos segmentos consideraban que era necesario mantener las garantías
democráticas y respetar las instituciones de la república, negociando y
ejecutando paulatinamente las primeras 40 medidas y otras mudanzas que
constaban en el programa de la coalición de izquierda.
Entre estas acciones, la mayoría moderadas, destacaban la
entrega de medio litro de leche diario para todas los niños; la instalación de
consultorios materno-infantiles en todos los barrios; medicina gratuita en los
hospitales públicos con entrega gratuita de medicamentos; supresión de los
altos salarios de los funcionarios de confianza; una profundización y aceleración
de la Reforma Agraria; becas para os estudiantes de la enseñanza básica, media
y universitaria; creación de un sistema previsional universal solidario con
fondos estatales; creación del Ministerio de protección de la familia. La
nacionalización del cobre y de otros minerales no figuraba entre estas primeras
40 medidas, a pesar de que ya existía un amplio consenso sobre su imperiosa
necesidad para aumentar los recursos fiscales destinados a financiar la
política social del Estado. Como siempre afirmaba el mismo Allende, el cobre
era “el salario de Chile”.
Allende era un buen negociador y consiguió al inicio de su
gobierno contar con el apoyo del principal partido de centro, la Democracia
Cristiana, con la cual había pactado un “Estatuto de Garantías Constitucionales”,
en donde el gobierno se comprometía a realizar las transformaciones anunciadas
dentro del total respeto à Constitución y a las instituciones democráticas. Por
lo mismo, los partidarios del gobierno insistían en caracterizar la vía chilena
como un “proceso” de reformas graduales que arribarían finalmente al socialismo
a través de una senda democrática. Para eso, era fundamental planificar
correctamente la aplicación de cada medida del programa, lo que requería de
equipos muy competentes y preparados técnicamente para efectuar esas funciones.
En el cronograma de gobierno la expropiación de las
industrias, fábricas y de las haciendas improductivas con una superficie
superior a 80 Hectáreas de Riego Básico (HRB)3, tenía que ser realizada de forma
gradual, controlada y planificada, bajo el supuesto de que la incorporación de
tales empresas al área de propiedad social solamente debería ser puesta en
práctica después que la adquisición y expropiación de los bancos y de las
empresas de capital extranjero ya estuviesen concluidas, “para de esa forma
dividir, aislar y neutralizar a los sectores más privilegiados de la burguesía
nacional durante la transición para el socialismo.” La reforma agraria que fue
planificada desde la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) tuvo que dar
cuenta de las presiones de los sindicatos de trabajadores rurales e
“inquilinos’ y experimentó una aceleración de tal magnitud en el proceso
expropiatorio que ya a mediados de 1972 se encontraba prácticamente concluida.4
O sea, muchos procesos adquirieron un ritmo que contradecía la idea que
sustentaba Allende, para quien “los procesos revolucionarios exitosos
transcurrían bajo una dirección férrea, consciente, no dejados al azar. Las
masas no podían exceder a los dirigentes, porque estos tenían la obligación de
dirigir y de no se dejar dirigir por las masas.”5
Por otro lado, se situaban aquellos sectores que
visualizaban con pesimismo la realización de las transformaciones socialistas
en el marco de la “institucionalidad burguesa” y reprochaban el modelo
instaurado como siendo el de una revolución burocrática, “desde arriba”, sin
poder popular real. Para estos grupos y movimientos, lo fundamental era avanzar
sin negociar con las entidades representativas de la clase dominante- enquistadas
en el parlamento, en el poder judicial, en las empresas y en los gremios
profesionales-, para formas concretas de propiedad social radicalizando y
acelerando la expropiación de industrias, haciendas y otras formas de propiedad
privada existentes en el país. Al contrario de lo que pretendía Allende y su
gobierno, lo que se observaba en el fragor de la lucha cotidiana por el
socialismo, era que las directrices del gobierno y la intención de conducir los
cambios en forma paulatina y progresiva fueron totalmente sobrepasados por la
acción directa de los trabajadores más radicalizados y sus sindicatos, de los
campesinos y obreros rurales, de los estudiantes, de los pobladores, de los
pueblos originarios.
Cuestionando frontalmente el apelo de Allende -y de un
sector de sus seguidores- a los principios democráticos, esta vertiente
revolucionaria postulaba que la democracia poseía un valor estrictamente
táctico, instrumental, solo era la base necesaria para instaurar la lucha por
el socialismo. Segundo tal visión la democracia política a pesar de ser útil a
la causa de las masas populares, no sería más útil como forma de organización
social, debido a su propia naturaleza de clase, como modalidad de dominación de
la burguesía para continuar obteniendo las granjerías y privilegios generados
por la explotación capitalista. Esta perspectiva enfatizaba el protagonismo
popular y la inevitabilidad del enfrentamiento con las fuerzas reaccionarias,
razón por la cual las fricciones con los sectores “contra-revolucionarios” eran
imprescindibles para permitir que Chile enrumbara consistentemente hacia el
socialismo: la revolución tenía que ser realizada por el pueblo, “desde abajo”.
En la tercera parte de la trilogía “La batalla de Chile”
realizada por el documentalista Patricio Guzmán – y que se llama justamente El
Poder Popular- existe una escena emblemática en que se aprecia a un funcionario
del gobierno intentando dar explicaciones en una reunión con dirigentes y
operarios de un “cordón industrial”6, respecto de la necesidad de realizar las
reformas acatando los convenios internacionales suscritos por el gobierno,
desacelerando de esa manera el ritmo de las transformaciones emprendidas por
las autoridades. Frente a esa explicación del representante oficial, un dirigente
le responde: “En este momento estamos cuestionado la institucionalidad y
legitimidad del gobierno, ahora estamos entrando en una etapa de toma del poder
por parte de las clases trabajadoras, porque el poder legal ha sido superado y
debemos luchar hasta aplastar a la clase enemiga, la clase de los
explotadores.”
La naturaleza y convicción de este discurso revelan el grado
de consciencia a que habían llegado los sectores más radicalizados con respecto
a lo inevitable del enfrentamiento con las fuerzas contrarias al proyecto
Allendista. Sin embargo, esta consciencia no tenía ninguna correlación con una
política efectiva de defensa ante la inminencia de un golpe de Estado y hoy
sabemos perfectamente como las fuerzas de apoyo al gobierno fueron pulverizadas
desde el mismo día 11 de septiembre. Lo que se siguió a esa jornada fue un
genocidio sin precedentes en la historia política chilena.
La experiencia chilena ha continuado durante muchos años
suscitando innumerables debates sobre cuáles eran probablemente los caminos más
pertinentes para conquistar el socialismo en Chile. Con la derrota del gobierno
popular por medio de un golpe, la tesis de que Allende fue sumamente ingenuo al
confiar en los militares ganó mucho aliento y fue predominante entre gran parte
de la izquierda. Esta interpretación fortaleció la idea de que el gobierno
tenía que armar al conjunto de la población para resistir a la agresión
militar. No obstante, con el decurso del tiempo fue ganando una posición
destacada aquella interpretación que insistía en la importancia de la
conformación de un bloque o alianza histórica entre todos los sectores
políticos empeñados en realizar cambios en las estructuras económicas,
políticas y sociales imperantes en el país, utilizando para ello los instrumentos
y las medidas que eran permitidos en el marco de una convivencia democrática.
Aún más, el proyecto de Allende y la vía chilena era una
experiencia pionera, inédita, no existía ningún modelo histórico que podía dar
indicios del camino a ser recorrido en una transición pacífica, institucional y
democrática para el socialismo. El sistema presidencialista imperante en Chile
le permitía a Allende poseer un cierto grado de libertad para comandar el
proceso de transformaciones estructurales, entretanto, durante el transcurso
del mismo fue quedando cada vez más evidente, que tanto en la división interna
de la coalición gobernante como en las vehementes e intransigentes fuerzas
contrarias a tales mudanzas, el programa de la Unidad Popular comenzó a
descomponerse y el Executivo solamente consiguió administrar una crisis que
aumentaba diariamente.
No obstante ello, en todos los conflictos suscitados durante
su gobierno Allende intentó permanentemente encontrar las salidas y los
acuerdos que le permitiesen seguir impulsando su programa sobre bases
democráticas, y de esta forma, interpelar a todos los sectores en la
manutención del dialogo y evitar los enfrentamientos, que finalmente pudieran
determinar el fin de la vida republicana. El día del golpe, “colocado en un
tránsito histórico”, Allende fue convidado para unirse a las fuerzas que
resistían la embestida golpista en uno de los cordones industriales de
Santiago. El presidente electo, coherente con su trayectoria democrática
declinó el ofrecimiento y decidió morir en el Palacio de La Moneda, tal como lo
había prometido en sus diversos mensajes y discursos al pueblo chileno:
“Yo les digo a ustedes, compañeros, compañeras de tantos
años, se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de
apóstol ni tengo pasta de mesías, no tengo condiciones de mártir, soy un
luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero
que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la
voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás
y que lo sepan, dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me
diera (...) no tengo otra alternativa, solo acribillándome a balazos podrán
impedir mi voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo.”7
Independiente del dramatismo de las circunstancias en las
cuales fue derrocado el gobierno de Allende, su gesto de morir en el Palacio
presidencial, remarca su férrea convicción de concluir el mandato para el que
fue electo, en el lugar que simbolizaba el centro do poder político, en el
local que representaba la síntesis de los valores democráticos y republicanos
abrigados durante tantos años en la historia política chilena. Allende tenía
claro que su mandato concluía en noviembre de 1976 y aún cuando seis años de
gobierno parecían pocos para la magnitud de la obra a ser construida, el
presidente confiaba en el entusiasmo de un conjunto de fuerzas progresistas que
se inclinaban por apoyar dichas transformaciones. En ese sentido, el proyecto
de mudanzas que Allende anhelaba para el país no era una utopía surgida de una
mente alucinada, sino por el contrario, se sustentaba en una lectura consciente
de la realidad, en la certeza de que era posible utilizar las instituciones y
las leyes del país para alcanzar el conjunto de medidas incluidas en su
programa de gobierno, entre ellas la reforma agraria, la nacionalización de los
recursos naturales y la estatización de la banca y el sistema financiero.
Trágicamente, el proyecto allendista no logró ser
comprendido cabalmente por los mismos partidos que formaban la Unidad Popular y
la “soledad intelectual” de Allende fue siendo cada vez más patente en un
escenario donde la polarización de la sociedad era vertiginosa y su resultado
funesto se anunciaba como el epilogo inevitable de un país dividido por el odio
y la intolerancia. Este será en parte el drama de la experiencia chilena, el
distanciamiento in crescendo entre las visiones y las estrategias políticas
contrapuestas, en que la capacidad de Allende para arbitrar estas disputas iba
disminuyendo progresivamente, quedando paulatinamente más aislado en su ideario
de construir un socialismo por vía democrática.
Hoy, cuando se conmemoran 40 años del fin de esa experiencia
original y abortada en la ferocidad de las armas y el crimen, el pensamiento de
Allende y su camino al socialismo emergen como un gran legado para las futuras
generaciones. Ello significa pensar que socialismo y democracia no solamente
son posibles y deseables, sino que además ambas dimensiones son esencialmente
imprescindibles. Y no lo es en un sentido meramente teórico, lo es sobre todo
en una praxis política de un modo dialécticamente nuevo de concebir esa
relación. Tal como ha sido revelado en la feliz síntesis de Carlos Nelson
Coutinho: “Sin democracia no hay socialismo y sin socialismo no hay
democracia”.
* Doctor en Ciencias Sociales. Miembro de la Red
Universitaria de Investigadores sobre América Latina (RUPAL). E-mail:
fmdelacuadra@gmail.com
1[1] Para no olvidar estos
trágicos acontecimientos, actualmente un importante acervo de documentos,
testimonios e informes de ese período tenebroso se encuentra expuesto en el
Museo da Memoria y los Derechos Humanos, inaugurado por la presidenta Michelle
Bachelet en enero de 2010, poco antes de concluir su mandato.
2[1] Enrico Berlinguer,
Democracia, Valor Universal. Marco Mondaini: selección, traducción, introducción
y notas, Brasilia/Rio de Janeiro: Fundación Astrojildo Pereira/Editora
Contraponto, 2009, p. 82.
3[1] HRB representaba una
medida de superficie que combinaba aspectos de productividad de la tierra
(calidad y tipo de suelo), área geográfica, proximidad a carreteras y facilidad
de acceso a los mercados. Durante la Reforma Agraria una HRB consistía en una
hectárea de tierra bajo riego con un suelo clase I, localizada en el Valle del
Maipo (región central) y próximo de la Carretera Panamericana (principal vía y
columna vertebral del país).
4[1] Efectivamente, a esa fecha
más del 70% de las expropiaciones programadas por el gobierno ya se habían
realizado, siendo que el propio presidente Allende pensaba en concluir dicho
proceso solamente al final de su mandato de seis anos.
5[1] Peter Winn, A Revolución
Chilena; traducción de Magda Lopes, São Paulo: Editora UNESP, 2010, p 102.
6[1] Los “cordones
industriales” eran agrupaciones de industrias y fabricas que coordinaban tareas
de producción de una misma región o zona. Representaron junto con los Comandos
Comunales, los Comités de Vigilancia y las Juntas de Abastecimiento Popular
(JAP) los fundamentos del poder popular durante ese período.
7[1] Frida Modak (coord.),
Salvador Allende: pensamiento y acción, FLACSO-Brasil/CLACSO, Buenos Aires:
Ediciones Lumen, 2008, pp. 83-84.
Isabel Allende y Carlos Larraín confrontan visiones a 40 años del golpe de 1973
Senadora PS cree que aniversario marcará campaña presidencial, mientras que el presidente de RN hace una dura autocrítica sobre el rol de la derecha.
por Emmanuel Ganora y Alberto Labra - 16/08/2013 - 07:35 – Diario La Tercera
Isabel Allende, Senadora PS: “Inevitablemente va a estar presente en la campaña”
En el último consejo general de RN, Carlos Larraín responsabilizó a la izquierda del golpe de Estado de 1973 y agregó que, a 40 años del quiebre, “le van a sacar un tranco”.
Es un típico cinismo justificar un golpe. Nos acusan de sacarle partido cuando todo país tiene derecho a tener memoria. Para muchos de nosotros estos 40 años es el recuerdo de algo que nunca debió haber ocurrido en Chile, como lo fue un golpe militar. Ojalá los Carlos Larraín tengan un poco más de conciencia y pudieran sentir algo de remordimiento acerca de adónde condujeron al país con una dictadura que duró 17 años.
¿Es posible un clima de reconciliación considerando a sectores que piensan como Carlos Larraín?
Aquí hay un tema donde nunca nos vamos a encontrar, con gente que tiene esta forma particular de mirar las cosas y que cree que ellos no tienen ninguna responsabilidad. La verdad es que así no hay ninguna posibilidad de encuentro. Lo que sí en su pequeñez no logra imaginarse, es que en muchas partes del mundo ya comenzaron las actividades de conmemoración de los 40 años del golpe.
¿Por qué se dificulta el reencuentro, a pesar de haber pasado cuatro décadas desde el golpe de 1973?
¿Cómo me podría encontrar yo con declaraciones de ese tipo? No tengo ningún punto en común, simplemente no lo hay. Nosotros pudimos haber cometido errores, pero eso no justifica la brutalidad y violencia de la dictadura. Sin embargo, cuando uno se encuentra con declaraciones de este tipo, donde se responsabiliza a la izquierda, no hay punto de encuentro posible. El único compromiso es decir que nunca más se puede romper el orden constitucional. Sólo así me puedo acercar o tener punto de encuentro.
A través de los años se ha hablado de que la derecha pida perdón por haber participado del régimen militar...
Por supuesto que ayudaría a que la derecha tuviera esa capacidad de pedir perdón, pero yo no se la he visto nunca. Han sido excepcionales las declaraciones en que han reconocido que pudieron haber intervenido, que las violaciones a los derechos humanos se cometieron y ellos no hicieron nada. El ministro Chadwick ha dicho que pudo haber hecho más, pero son casos muy aislados. Pero mientras se siga mirando la paja en el ojo ajeno y no se mira la viga en el propio, no hay punto en común.
¿Teme que los 40 años del golpe se transformen en un tema de campaña?
Inevitablemente, el golpe va a estar presente, porque aquellos que han pretendido artificialmente homologar la figura de Bachelet y Matthei, es que no tienen ninguna capacidad de entender que, más allá de ser dos mujeres candidatas y que ambas son hijas de ex generales de la Fuerza Aérea, las diferencias son totales.
¿Es la pretensión de cambios profundos de la candidatura de Bachelet que a ciertos sectores recuerden a la Unidad Popular?
Nuevamente otra falsedad de Carlos Larraín y de aquellos que pretendan asimilar a lo que fue la UP, porque no tiene nada que ver. Es una forma absolutamente grosera para seguir hablando de lo mismo y, así, asustar a la gente.
Carlos Larraín, Presidente de RN: “La derecha actual no está centrada en el pinochetismo”
En su discurso ante el consejo general usted atribuyó responsabilidad a la izquierda en el golpe militar. ¿Por qué eligió ese momento para hablar?
Me referí a eso porque hay anuncios de que este aniversario va a ser relevante en la elección presidencial. Esta es una materia en la cual en la izquierda saben sacarle mucho partido, porque la historia ha sido parcelada y deformada.
Pero en los últimos años ha habido dos gobiernos del PS donde han mostrado gobernabilidad.
Bueno, esa es la cosa. Pudiendo mostrar cosas buenas, se aferran a una época en que ellos salen muy mal parados ante los ojos de cualquier observador.
¿Y la derecha no debe hacer mea culpa también?
La derecha -entre ellos, yo mismo- tiene el mea culpa de que confió en el gobierno militar mucho más allá de la época en que la emergencia era real. No incorporamos los resguardos elementales -sobre todo, de personas con formación de abogado, como yo- de haber entendido que un régimen de excepciones tiene que ser puesto doblemente bajo vigilancia en materia de respeto a los derechos de la persona. Yo no supe cómo operaba el gobierno militar, no formé parte de él en ningún nivel, pero había, efectivamente, muchas acusaciones. Desgraciadamente, esas acusaciones venían de sectores que no eran dignos de crédito, con la excepción de los que venían de la Iglesia Católica y la DC.
¿Es creíble que no se supiera lo que pasaba?
Estas cuestiones siniestras ocurren en niveles muy oscuros. Que la policía secreta tomara una autonomía perniciosa no dependía de quién fuera, qué sé yo, ministro de Hacienda, no tenían por qué saberlo, pero claro, cuando se repetían las noticias y llegaban más y más denuncias, nosotros en la derecha debimos haber sido más accesibles a eso, y no lo fuimos, por las razones que ya di.
¿Cree que ahora hay una derecha acomplejada, al punto de reconocer los que colaboraron o no, los que apoyaron a Pinochet?
Por supuesto, eso es así, porque la izquierda ha logrado ponerse el traje de la víctima y siempre la víctima tiene superioridad moral sobre el que es sindicado como victimario.
¿Esta es una derecha pinochetista?
No, yo creo que hay una derecha pinochetista, por supuesto, pero lo que más hay es una derecha agradecida, porque le salvaron el pellejo, porque reconstruyeron el país, porque terminaron con la posibilidad de instalar un régimen marxista en Chile. Ese es el fondo del agradecimiento.
¿La derecha de hoy es pinochetista?
No, la derecha de hoy día tiene esa reliquia de agradecimiento, pero la derecha a la que yo trato de animar no está centrada para nada en el pinochetismo, es una respuesta que viene desde la raíz republicana de la derecha chilena, cosa que también a veces desde la izquierda reconocen.
Pero siguen reconociendo logros de ese régimen.
Pero no se puede decir que el tema central de la derecha chilena sea el pinochetismo, ¿de dónde? El tema central es cómo hacer que el país funcione mejor y que haya menos pobres, mejores niveles de educación, más respeto por las libertades individuales.
miércoles, 7 de agosto de 2013
Una Constitución más democrática
Escrito por Salvador Allende
Una Constitución más democrática. (*)
No hay otra salida, como lo he dicho, que la campaña que
debemos dar en marzo de 1973. Pero no con un sentido corriente electoral, no
como una campaña electoral más. Tenemos que levantar una gran plataforma que
señale al pueblo la tarea que tiene que alcanzar. Tenemos que decirle que hay
que dictar una nueva Reforma, una nueva Reforma Agraria, una nueva Ley de
Reforma Educacional, un nuevo Código Tributario, un nuevo Código del Trabajo.
Debemos establecer la nueva seguridad social. Debemos, compañeros, hacer
posibles los derechos y los deberes de los trabajadores. Debemos afianzar la
presencia de los trabajadores definitivamente en el manejo de la cosa pública,
y junto a las iniciativas programáticas que no constituyen una plataforma
electoral, debemos dictar una nueva Constitución. Para ello debemos ganar la
principal batalla, obteniendo la primera victoria en la campaña electoral del
73, con el fin de conquistar la mayoría en la Cámara de Diputados. Si no la
alcanzáramos, tendríamos siempre la perspectiva de una gran tarea por delante.
Esta tarea, el servicio de los trabajadores, no sólo debe preocupar a los que
militan en nuestras filas, sino que miles de trabajadores deben estar junto a
nosotros para que podamos establecer nuevas instituciones para que Chile camine
de acuerdo con su propia realidad económica y social.
El Chile de hoy no es el Chile de comienzos de siglo. El
Chile de hoy, 5 de setiembre de 1972, no es el Chile del 4 de noviembre o del 3
de noviembre de 1970.
Chile dictó la Constitución Pelucona el año 1833 y la
Constitución Liberal el año 1925. Va a cumplir 50 años el año 1975.
Tenemos que dictar una nueva Constitución, una Constitución
para esta nueva etapa que estamos viviendo, para este proceso revolucionario.
No podemos dictar una Constitución burguesa, ni una
Constitución socialista. Tenemos que dictar una Constitución que abra el camino
hacia el socialismo, que consagre derechos y que haga que los trabajadores
gobiernen este país.
Debemos entregar, entonces, las ideas fundamentales para que
sean discutidas, analizadas y conversadas en el sindicato, en las faenas, en
las industrias, en las escuelas, en los hospitales, en el taller y en el hogar.
Que no haya muchacho que no sepa leer ni escribir; que no
haya anciano, que no haya analfabeto, que no oiga explicar y leer las bases de
la Constitución que queremos.
Que el pueblo por primera vez entienda que no es desde
arriba, sino que debe nacer de las raíces mismas de su propia convicción la
Carta Fundamental que le dará su existencia como pueblo digno, independiente y
soberano.
Quiero entregar esta tarde, como tarea al pueblo de Chile,
el estudio, la discusión y el análisis de las bases fundamentales de la nueva
Constitución que con el esfuerzo, el tesón y el empuje pondremos en marcha, una
vez que conquistemos el instrumento que nos permita hacerlo.
La solución de las dificultades presentes sólo pueden darla
los trabajadores, e impedir su propia concepción del orden social sobre el de
la burguesía.
Las instituciones políticas actuales están concebidas para
una sociedad capitalista que ya no existe en su contenido original.
Tampoco el socialismo es una realidad. El país se encuentra
en movimiento y necesita darse el régimen político más idóneo para organizar y
encauzar la vida nacional.
Un Estado como el chileno no puede funcionar indefinidamente
con la obstrucción sistemática irreconciliable contra el Gobierno por parte de
los otros poderes.
En forma sutil, pero real, el Congreso ha construido un
cerco de fuerzas alrededor del Gobierno, al rechazarle una tras otra
iniciativas fundamentales de orden social y económico. Una situación de
enfrentamiento de esta naturaleza es peligrosa y crea incertidumbre e
inquietud.
Deben por consiguiente resolverse para la izquierda, para el
Gobierno Popular, las soluciones que da la clase trabajadora. Para la mayoría
actual del Congreso, la solución es imponer los intereses de los capitalistas
por encima de los trabajadores. Por eso necesitamos redefinir totalmente la
Carta Fundamental que rige nuestra vida política, y para ello, tenemos que
alcanzar la victoria en la Cámara de Diputados.
En esta Carta Fundamental debemos encauzar dos aspectos
esenciales de la vida del pueblo.
Dar más libertades. Ampliar las libertades y derechos,
incorporando a la Carta Fundamental la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de las Naciones Unidas. Garantizar el pluralismo social, político y
cultural. Asegurar a los grupos étnicos, autóctonos, el derecho a desarrollar
su personalidad cultural y el cultivo de su lengua materna. Reconocer a la Isla
de Pascua el derecho a tener un representante en el Congreso.
Establecemos para los trabajadores la estabilidad del empleo
y una remuneración mínima digna para él y su familia. La necesidad de superar
las diferencias entre el trabajo manual e intelectual, y entre la ciudad y el
campo.
Los trabajadores deberán dirigir las empresas. Se dará
reconocimiento constitucional a los sindicatos, como expresión orgánica de los
trabajadores, y de la CUT, como su expresión máxima.
Las prestaciones de seguridad social deben otorgarse en
consideración al estado de necesidad de los beneficiados.
Todas las personas tienen derecho, en igualdad de condiciones,
a idénticas prestaciones ante un mismo estado de necesidad. Hay que asegurar el
derecho a la educación desde la etapa preescolar y su carácter permanente.
Establecer los derechos fundamentales de la familia, reconocer la igualdad
plena del hombre y de la mujer. La protección especial de la madre soltera, la
investigación de la paternidad y la obligación del Estado de hacer efectivos
sus principios y deberes básicos.
Todo hombre tiene el deber de trabajar de acuerdo con su
propia capacidad y no puede reclamar beneficios de la sociedad si no rinde con
sus posibilidades corporales, intelectuales, o la creación, un resultado que
represente un aporte material, científico o cultural a la comunidad. El derecho
se otorga al que cumple con deberes, y el deber fundamental que establecerá
nuestra Constitución es el deber de trabajar por el progreso de Chile.
Hay que establecer el principio de que la economía del país
está al servicio del pueblo, delimitar claramente nuestra concepción de la
coexistencia necesaria de la economía social, en la industria, minería,
agricultura y servicios.
Reservar para el Estado todas las riquezas básicas del
suelo, del subsuelo, del fondo del mar dentro de 200 millas del mar
territorial. Institucionalizar el plan de desarrollo como instrumento superior
de la actividad económica y social, con participación fundamental de los
trabajadores. (Un plan democrático en su gestación, central en su formulación,
y descentralizado en su ejecución).
Organizar el sistema financiero y tributario al servicio del
Sistema Nacional de Planificación.
Fuerzas Armadas y de Orden. A los criterios vigentes
existentes destinados a defender la soberanía nacional y la integridad de la
frontera se agrega a su papel de las Fuerzas Armadas, relevante, en la
seguridad nacional, lo que implica su presencia activa en las industrias y
servicios estratégicos, en la planificación.
A los servicios de orden público, Carabineros e Investigaciones,
debe corresponder, junto a sus tareas específicas, una amplia labor social que
hoy cumplen, pero hay que especificar mayormente.
Tribunales de Justicia y Contraloría. Modernización y
democratización de la función judicial, ampliarlas facultades del Tribunal
Constitucional, crear los Tribunales de lo contencioso y administrativo.
Establecer la temporalidad de sus cargos de los Ministros de la Corte Suprema y
su duración al cumplir 65 años de edad. Democratizar el Tribunal Calificador de
Elecciones. Garantizar a todos los ciudadanos la atención jurídica. Modernizar
la Contraloría General de la República y establecer su interrelación con la
Superintendencia de Bancos, Sociedades Anónimas y Superintendencia de Previsión
Social.
Constitucionalidad y legalidad. El actual sistema
legislativo, confuso, contradictorio y anacrónico, debe ser reemplazado por
otro sencillo, claro, sistemático y adaptable a las actuales condiciones de la
vida social. La organización jurídica del Estado se basa en el respeto por
parte de las autoridades, funcionarios y ciudadanos, de las normas
constitucionales y legales. Las autoridades del Gobierno y los funcionarios son
responsables de los abusos que cometan y de las omisiones y lenidades en que
incurran.
Administración territorial. La administración y
planificación de Chile debe ser democrática y descentralizada. En cada
provincia debe organizarse una Junta Provincial encargada de promover el
desarrollo económico y social, integrada por representantes de los servicios del
Estado, de los municipios y de los cabildos vecinales. La región, los cabildos
vecinales, las comunas y municipios, las provincias, deben coordinar su
capacidad de trabajo dentro de la concepción más adecuada a las exigencias
económicas actuales de esa región. La administración de la región debe contar
con un Consejo Económico-regional encargado de proponer las orientaciones del
desarrollo económico-social y ejecutar las directivas del plan.
Al frente de cada región debe haber un viceministro regional
dependiente directamente del Presidente de la República, encargado de coordinar
y ejecutar los planes y programas de la región, hay que institucionalizar el
poder de los trabajadores. Día tras día estamos contemplando el esfuerzo de
nuestro pueblo por actuar organizadamente a través de instituciones nuevas,
desconocidas apenas unos meses atrás. Es así como en el centro de trabajo
agrícola, industrial o minero, de los lugares donde viven, las Asambleas de
Trabajadores, los Comités de Producción, la participación de los trabajadores
en la dirección, son hoy una realidad. El proceso de configurar debe
configurarse en las empresas e industrias del área social, en los
asentamientos, en los centros de Reforma Agraria, en los hospitales, en las
oficinas, por todas partes deben estar ustedes, y están siendo probadas,
ensayadas nuevas formas de organización popular.
En las comunas, el pueblo debe asumir directamente
responsabilidad de dirección central a través de las organizaciones
comunitarias y de las juntas de abastecimiento popular.
Este es el Chile de los trabajadores en movimiento. Es
nuestra tarea contribuir a que la energía creadora de los trabajadores, en la
búsqueda de una nueva organización que les asegure realmente el ejercicio del
poder, encuentre el cauce adecuado.
Debemos hacer que la Constitución reconozca el poder de los
trabajadores en las comunas, en los centros de trabajo, en el aparato del
Estado.
Comunas. Proponemos la creación, en cada comuna, de cabildos
vecinales que entreguen a los representantes de las organizaciones comunitarias
y de trabajadores los medios de atender directamente sus problemas locales en
colaboración con los servicios públicos.
En los centros de trabajo debe elevarse el nivel de
principios fundamental: que los trabajadores dirijan sus centros de trabajo de
acuerdo con la ley, en el aparato del Estado.
Las organizaciones representativas de los trabajadores deben
participar institucionalmente en la elaboración de la política económica del
Gobierno, particularmente en la formulación democrática del plan de desarrollo.
El Consejo de Desarrollo Económico Social debe ser
reconocido por la Constitución, pero no debemos limitamos a establecer la
simple participación de las organizaciones sindicales en la planificación
central, sectorial, regional, comunal y las empresas.
Los trabajadores deben conseguir ser ellos, la mayoría del
país, quienes tengan la palabra decisiva en todo lo que se refiere a la
economía del país.
Son los trabajadores, lar fuerza creadora de la economía,
quienes deben tener el predominio de la economía nacional. Cómo conseguir que
los trabajadores lleguen a dirigir la economía del país y controlar el poder
político. Esta es la cuestión fundamental, indispensable para que Chile
progrese resueltamente por el camino revolucionario que nuestra historia nos ha
trazado. Todos los trabajadores deben discutir y resolver esta cuestión
política fundamental. Los obreros, campesinos, técnicos, profesionales,
empleados, trabajadores independientes que viven sin explotar a nadie,
asentados, pequeños propietarios, comerciantes e industriales.
Aquí reside la fuerza de Chile, y esta fuerza debe dirigir,
desde el Estado mismo, la economía nacional en el Gobierno, mediante su
participación activa en la planificación, pero también en el Congreso.
Proponemos que se discuta y se analice la naturaleza del futuro Congreso.
Caben, a mi juicio, tres opiniones principales, a saber: mantener el Congreso
bicameral presente. Eso es poco aceptable y opino que no puede ser así. El
Congreso con una sola cámara, al igual que se propuso en noviembre último, es
una probabilidad. La tercera, sería junto a la Cámara de Diputados, elegida por
todos los ciudadanos del país, como la actual, todos los trabajadores deben
elegir en votación nacional, secreta y directa, la Cámara de Trabajadores.
El proceso revolucionario exige, en forma cada vez más
perentoria, que el poder del Estado responda realmente a la mayoría del país, a
las fuerzas creadoras, en forma democrática y pluralista, posibilitando la
expresión de todas las corrientes de opinión, pero asegurando la supremacía a
la clase trabajadora, porque en esto consiste nuestra revolución
anticapitalista: que el poder esté en manos de los trabajadores.
La representación parlamentaria debe ser actualizada de
acuerdo con la real distribución de la población, y debe elegirse un diputado
por cada setenta mil habitantes.
Las elecciones parlamentarias deben realizarse conjuntamente
con la elección del Presidente de la República, cada seis años. El Presidente
de la República, elegido por la autoridad de los ciudadanos, podrá disolver el
Congreso una vez en su mandato, convocando a nuevas elecciones.
Debe ser institucionalizado el Consejo de Ministros que,
presidido por el Presidente de la República, adoptará las resoluciones
generales, en materia de orden económico, político, social y administrativo,
coordinando la actividad de los Ministros. La administración del Estado debe
constituir un todo, una totalidad orgánica.
Se trata de que el pueblo conozca y discuta. El Gobierno
quiere promover la discusión clara del futuro político del país, para
resolverlo que los trabajadores conscientemente decidan.
Si me he reunido esta tarde con ustedes, si he ampliado
demasiado mis observaciones, es porque creo que un pueblo que ha alcanzado la
etapa revolucionaria en la conciencia que tiene el pueblo chileno, debe
comprender que es fundamental institucionalizar su Revolución.
Tenemos que establecer un Estado de derecho, el Estado de
derecho del Gobierno del Pueblo. Cada hombre, cada mujer, cada joven y cada
anciano de Chile deben entender que es su obligación profundizar en los
aspectos que he planteado.
No se trata de entregarles fórmulas prefabricadas. Se trata
de que ustedes mismos analicen, piensen y sientan la necesidad de darse la
Carta Fundamental. Esa será la gran bandera, que levantaremos no sólo con un
contenido electoral, sino como un proceso social para que esta Revolución que
se expresa en el pueblo, en las calles, en la oficina, en la escuela y en el
trabajo, esta Revolución que es mayoritaria, por la voluntad consciente de la
inmensa mayoría de los chilenos, alcance los niveles institucionales que la
hagan permanente e irreversible.
Compañeros y compañeras, ciudadanos de mi patria: en esta
etapa de Chile necesitamos la conciencia de ustedes para afianzar la Revolución
Chilena, hecha de acuerdo con nuestra historia y nuestra voluntad.
(*) Discurso ante los dirigentes de la Unidad Popular.
Santiago, 5 de septiembre de 1972 (fragmentos).
viernes, 2 de agosto de 2013
Las operaciones secretas de la CIA en Chile y el golpe del 73
A partir del análisis de más de mil documentos desclasificados, “La CIA en Chile” (Ediciones Aguilar) reconstruye la historia de la agencia de inteligencia norteamericana en Chile desde los años ’40 hasta 1992. En sus páginas cuenta la visión que el organismo tenía de Allende y de Pinochet y su trabajo hacia la KGB en Chile. También relata cómo el organismo infiltró al MIR y al FPMR. Acá adelantamos el capítulo 7, “El mundo de Allende”.
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Más allá de los lugares comunes y los adjetivos que habitualmente se utilizan en estos temas, el libro “La CIA en Chile” (Aguilar, 2013) del periodista Carlos Basso, intenta escudriñar sobre algunas realidades que han permanecido dormidas en los archivos desclasificados por Estados Unidos, especialmente en lo relativo a las actuaciones de su principal agencia de inteligencia en nuestro país no sólo entre 1970 y 1973 (que es la principal “trama” del libro), sino desde mucho antes.
Ello obedece a que los avatares en Chile de los organismos predecesores de la CIA (que fue fundada en 1947) comenzaron en los albores de la Segunda Guerra Mundial, cuando se fijaron en nuestro país no sólo en función del espionaje nazi (temática que en aquel entonces estaba dentro de las competencias del FBI) sino especialmente debido a una red de la KGB soviética muy activa, que operaba entre Chile, Estados Unidos y Argentina y que, entre otras cosas, habría al menos sugerido captar como agente de ella a Pablo Neruda, cuando éste se desempeñaba como cónsul en México. Por cierto, la mención al respecto (contenida en un cable interceptado por los estadounidenses a los soviéticos) es muy feble como para saber si se trataba de una prospección, una idea o algo más, aunque lo más probable es que quizás ni siquiera se lo hayan propuesto, dado que el mismo vate relataba en “Confieso que he vivido” la repugnancia que le provocaban los espías.
A poca distancia de la anécdota, sin embargo, lo interesante es que a contar de 1953 la CIA, que ya el mismo 1947 había instalado una Estación (oficina) en Santiago, comenzó a emitir NIEs sobre Chile, sigla de National Intelligence Estimate, eufemismo utilizado para designar unos contundentespapers de carácter académico realizados por una de sus divisiones, la Oficina Nacional de Estimaciones (O/NE, por sus siglas en inglés), con el fin de predecir diversos escenarios, habitualmente en el plano político y económico.
Una de las situaciones que más evidente resulta de la lectura de más de mil documentos de la CIA es que la Democracia Cristiana siempre fue el partido chileno mejor evaluado por los norteamericanos. El Partido Nacional, de hecho, les gustaba poco. Estimaban que Sergio Onofre Jarpa no era un buen líder y que el partido carecía de estructuras de base (como organizaciones de mujeres, por ejemplo), a diferencia de la DC, uno de cuyos líderes (cuyo nombre está borrado) viajó en 1971 al cuartel general de la CIA a pedir más dinero, pues ya se les habían acabado las partidas entregadas unos meses antes.
Y de lo que viene a continuación, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
LA IZQUIERDIZACIÓN
En 1963 se emitió un NIE de 33 páginas, que avisaba sobre unaizquierdización del electorado, lo que a juicio de la CIA obedecía a que la mitad de la población chilena estaba mal vestida y mal alimentada.
La CIA (sí, la misma CIA de siempre, a la que difícilmente podríamos acusar de ser un organismo antiderechista) atribuía dichas condiciones, entre otras cosas, a que “la clase alta –grandes terratenientes, magnates industriales y comerciales– conforma el patrón de consumo más conspicuo de América. Son capaces de mantener su estilo de vida, en parte, debido a la evasión de impuestos. Estos magnates tienen que compartir su poder político con una clase media rápidamente creciente”.
En 1969 se emitieron dos NIE. Mientras uno vaticinaba en forma exacta que “lo de 1970 será una carrera de tres hombres, en la cual no habrá una mayoría nítida, y la decisión final será tomada por el congreso chileno”, el segundo advertía, una vez más, sobre los factores que permitían la izquierdización, y que eran “los ingresos per cápita que permanecen inequitativos, la productividad agrícola que permanece baja y la inflación aún crónica”.
La conclusión de los analistas de la O/NE era que lo anterior provocó que “los chilenos se hayan puesto cada vez más impacientes con estas condiciones y a que el electorado haya girado en forma estable hacia la izquierda”. Asimismo sumaban el hecho de que, según ellos, “era difícil imaginarse un candidato más antipático que Alessandri”.
Ello contrastaba con la opinión que la misma CIA tenía de su rival de la UP, expresada en un NIE de 1971: “Allende es un experimentado y astuto político con una gran comprensión del sistema político chileno, ganada a través de años en el senado y como perenne candidato presidencial. Es una marca conocida para el electorado chileno, considerado un reformador que ha trabajado desde el sistema toda su carrera política. Allende tiene 63 años y aparentemente posee buena salud, a pesar de algunos problemas cardiacos previos. Trabaja duro en su oficina, tiene instinto para las relaciones públicas y es adepto a cultivar nuevos adeptos y desarmar a sus potenciales opositores”.
A DIESTRA Y SINIESTRA
De hecho, a diferencia de lo que se piensa, la CIA no se mostraba (al menos en el papel) amable en sus opiniones sobre buena parte de la derecha chilena. Con quien sí lo fue en algún momento fue con Carlos Prats, a quien calificaban en 1969, cuando era jefe de la III División del Ejército, con asiento en Concepción, como “probablemente el comandante de campo más altamente respetado de Chile”.
No obstante, por aquellos años eso aún era harina de otro costal. La preocupación principal era la posible asunción de Allende. En 1967, luego de la muerte del Che Guevara en Ñancahuazú, un cable emitido desde la Estación de la CIA en Caracas dejaba claro que, en el contexto de guerra fría, la preocupación por el marxismo debía dejar de estar en el foquismo guerrillero, pues a esas alturas ya tenían claro que lo de Cuba había sido una excepción y que, tras el fracaso de distintas experiencias armadas, “la revolución no es posible en parte alguna de América Latina, porque no existen las condiciones necesarias”.
Por ende, las miradas se tornaron con mayor fuerza hacia Chile, donde el dinero de la CIA había comenzado a fluir en 1953, subsidiando “agencias cablegráficas, revistas escritas para círculos intelectuales y un semanario de derecha”, como dice el informe Church, sin entrar en detalles, mismo reporte que precisa que los montos aumentaron a contar de 1962, cuando el gobierno de John F. Kennedy comenzó a ayudar a la Democracia Cristiana, a fin de evitar un triunfo de Allende en 1964.
Es justo precisar respecto de ello que la CIA tenía dos almas. Una estaba en Washington, al lado del río Potomac, y creía que si ganaba el socialista el escenario sería dantesco, visión muy distinta de la que poseía, desde su oficina en calle Agustinas, mirando hacia La Moneda, el por aquel entonces jefe de la CIA en Chile, Henry Hecksher, quien a poco de que Richard Nixon ordenara evitar que Allende asumiera (en septiembre de 1970), decía que la idea del golpe militar ―que proponía la Fuerza de Tareas, creada para tal efecto en Washington― era fantasiosa, y que además “no hay pretexto para un movimiento militar en vista de la completa calma que prevalece en el país”.
Dicha idea la compartió en Estados Unidos James Flannery, subjefe de la División Hemisferio Occidental de la CIA, quien argumentó en un análisis secreto que “Santiago no se puede comparar con Praga o Budapest hace 25 años. No hay un ejército rojo en Chile ni en sus fronteras”.
Ya en octubre, Hecksher insistió: “El clima en Chile ha estado considerablemente calmo desde la primera semana después de las elecciones. Hubo algunas corridas bancarias, pero pronto todo estuvo bajo control. Tanto el gobierno como la Unidad Popular están ahora a favor de evitar un mayor caos económico”, agregando un dato que parecía esencial: “El Partido Nacional está igualmente preparado para hacer negocios con Allende”.
Pese a Nixon, Allende terminó por asumir la primera magistratura chilena. Con ello se acabó también el trabajo de Hecksher. Aunque se trataba de uno de los principales artífices del derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala, ex jefe de la CIA en Laos y oficial histórico de la CIA, terminó su carrera acusado de ser “socialista”.
Un par de años más tarde, cuando Ted Shackley asumió como jefe de la División Hemisferio Occidental de la CIA, la explicación que se le dio respecto del hecho de que Allende estuviera gobernando Chile fue que había existido “una falla de inteligencia” que se atribuía no a quienes habían intentado el golpe sino, todo lo contrario, a Hecksher.
VUELTA DE TUERCA
No obstante, para el golpe de 1973 la actuación de la CIA fue muy distinta, pese a la creencia popular que le atribuye el golpe. Hecksher fue remplazado por un oficial llamado Ray Warren, muy aficionado a los cálculos políticos, que comenzó a implementar una suerte de continuación del planTrack 1; es decir, el financiamiento a los partidos políticos, que benefició principalmente y en primer lugar a la DC, luego al Partido Nacional y en menor medida a los partidos Demócrata Radical (PDR) y de Izquierda Radical (PIR).
Una de las situaciones que más evidente resulta de la lectura de más de mil documentos de la CIA es que la Democracia Cristiana siempre fue el partido chileno mejor evaluado por los norteamericanos. El Partido Nacional, de hecho, les gustaba poco. Estimaban que Sergio Onofre Jarpa no era un buen líder y que el partido carecía de estructuras de base (como organizaciones de mujeres, por ejemplo), a diferencia de la DC, uno de cuyos líderes (cuyo nombre está borrado) viajó en 1971 al cuartel general de la CIA a pedir más dinero, pues ya se les habían acabado las partidas entregadas a principios unos meses antes.
Ese mismo año el golpe ya era tema recurrente y Warren quiso ponerse a tono con ello. Por ello en un documento interno que circuló en Washington se leía que “la Estación (en Santiago) cree que debemos intentar inducir a los militares todo lo que sea posible, si no todo, para que tomen el control y desplacen al gobierno de Allende. Obviamente eso no será fácil de hacer. Los militares chilenos tienden a actuar en concordancia con su cadena de mando y sólo cuando el consenso es evidente. Más aún, el general Prats no parece dispuesto a avanzar con este objetivo”.
Posteriormente, el propio Warren enviaría a Washington un cable en que diría querer hablar con ciertos oficiales “clave”, para estimularlos a acometer una asonada, agregando que “debemos trabajar consciente y deliberadamente en la dirección de un golpe”, frase que causó ronchas en Washington. Le respondieron que no podían aceptar dicha “conclusión”, pues no existía autorización para ello ni, mucho menos, podían permitirle “hablar francamente sobre las mecánicas de un golpe” con algunos militares, como él lo pedía, aconsejándole que “veamos cómo se desarrolla la historia, no la hagamos”.
Claro, la situación en Washington era muy distinta de la de 1970. Ya tenían una experiencia que les indicaba que no era tan simple gatillar un golpe en Chile (por ello habían privilegiado la vía política) y además Nixon estaba con muchos problemas en el frente interno.
En marzo de 1972 el periodista Jack Anderson destapó en el New York Times el escándalo de las comunicaciones entre la CIA y la ITT (International Telephone and Telegraph), alentando los intentos golpistas de dos años antes, y debido a ello se había formado una comisión investigadora en el congreso de EEUU.
Vietnam era otro punto de conflicto para Nixon y, en junio de 1972, comenzó a estallar el caso Watergate. De ese modo, Chile ―que seguía siendo muy importante dentro del combate al marxismo― había dejado de tener la preminencia de antaño. Tan consciente estaba la CIA sobre las miradas que tenía encima, que en un informe de su Dirección de Operaciones, de septiembre de 1972, se decía que “la tentación de asumir un rol positivo en apoyo al golpe militar es grande”, pero que debían refrenarse, debido a que serían acusados de “ingeniar el colapso del gobierno de Allende”.
En medio de las cavilaciones de Washington, Warren siguió insistiendo hasta el final en la posibilidad de dar un golpe, asegurando que existía un ambiente totalmente propicio para ello y, quizá como una muestra de que el hombre en terreno siempre ―necesariamente― sabe más que quien está en un escritorio a miles de millas de distancia, se mantenía informado con mucha exactitud de los movimientos golpistas, como fue el traslado de los Hawker Hunter a Concepción varios días antes del 11, la constitución del grupo de 15 generales y almirantes que planificó la operación, las fechas probables, las cavilaciones, etc., mientras en Estados Unidos los analistas de la O/NE erraban medio a medio ―quizá por primera vez en el caso de Chile― en su último informe previo al golpe, del 14 de junio de 1973, en el cual aseguraban que la salida más probable a la crisis era “un punto muerto”.
“La CIA en Chile”, Ediciones Aguilar, 291 páginas.